sábado, 9 de agosto de 2008

A escribidores, escritores y revolucionarios

Si algo me merece respeto y consideración en este mundo convulsionado por la acción destructiva del hombre, es el sentido de justicia y de honestidad de un ser humano. Por eso desde muy niña me prendé del concepto que José Martí daba a los niños de libertad, en su maravillosa Edad de Oro. Martí decía: Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresías. En América no se podía ser honrado, ni pensar ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado.

Toda mi vida he intentado ser una persona honrada y he procurado estar cerca de personas honradas. Por ello aguzo siempre mi capacidad de observación para monitorear, en primer lugar, mis acciones, y luego evaluar las acciones de otros seres humanos. La coherencia entre discurso y acción, es uno de los criterios que se suele emplear en esta evaluación. Qué dices y qué haces. La consistencia de las acciones humanas es, por lo general, un indicador que nos hace acreedores de rechazo o aceptación en determinados grupos humanos, y que nos permite colocar plácidamente nuestras cabezas en las almohadas con la certeza del deber cumplido, o permanecer insomnes.

Todo esto lo traigo a colación en virtud de la absurda polémica suscitada por este medio en relación con las posturas asumidas por el señor Plácido R. Delgado ante las reflexiones de Ernesto Villegas Poljak en su artículo “Entre la Triple A y el Comité de Aplausos”, acusando al periodista de estar “mareado” ante el efecto – celebrado por todo ciudadano consciente – producido por el escrito del conocido periodista, en el cual solicitaba al Presidente, desagravio para el camarógrafo Castro.

En este sentido quiero expresar que lo importante en cualquier confrontación discursiva, es la validez de los argumentos que se esgrimen. No obstante, las aproximaciones teóricas en la actualidad emplean distintos criterios para evaluar esa validez. Algunos la miden de acuerdo a la eficacia, es decir, el efecto que produce en los receptores; otros la vinculan más con la conducta racional de un discurso en el contexto de la superación de un problema, y algunos teóricos - no menos numerosos que los anteriores – la atribuyen al dominio del contexto en el cual se realiza la argumentación.

Los escritos del caramarada Villegas creo que tienen sus mayores soportes en las últimas dos tendencias teóricas, y creo además que nacieron de un sentimiento de libertad que sobrevive aún en el espíritu de ciertos hombres que se resisten a sucumbir al juego politiquero de las conveniencias.

No obstante, hay quienes estructuran discursos pseudo argumentativos bajo la estrategia de la descalificación del oponente, cimentando sus escritos o discursos bajo la perspectiva de la argumentación eficaz y el empleo de técnicas que logren los efectos de aprobación en el público. En nuestro contexto social venezolano opera la lógica de la conveniencia: Si alguien le hace alguna observación al Presidente Chávez – que es el Líder Revolucionario – y yo lo defiendo incondicionalmente, sin analizar los argumentos esgrimidos por quien ejerce la crítica, luego entonces, yo soy Revolucionario. El resto: saltadores de talanquera, traidores.

La estrategia de argumentar descalificando al oponente es una muestra clara de inconsistencia ideológica, y que habla muy mal de quien la ejerce. No obstante, ha sido el ariete de nuestros procesos políticos a lo largo y ancho de toda nuestra historia republicana. De allí su uso frecuente, y para muchos, natural.

Una vez más habría que repetir con Carlos Lanz, que nuestro problema es de índole cultural. En lugar de esforzarnos por contribuir en la organización, consciencia y sentido crítico de las mayorías, queremos “exhibir” dotes particulares como Revolucionarios, ya sea por alguna acción que se ejecuta o ejecutó en tiempos más o menos remotos o por el discurso florido o rimbombante de los cuales se hace gala ante públicos “comprometidos con el proceso de cambio”. Lo importante es el ego. Eso nos enseñó el capitalismo y eso es lo que reproducimos en nuestras prácticas cotidianas y aportaciones orales y escritas.

Camarada Villegas: Comparto con usted el análisis que hace sobre la relación sentimental entre el Presidente y las mayorías que lo apoyamos. De esa afirmación podemos colegir que la secuela sea la existencia de altibajos, de encuentros y desencuentros signados por esa connotación de “frenesí”. Frenesí que un día lleva a las mayorías a idolatrarlo, pero que también puede conducirla a repudiarlo, bajo la misma premisa de seguir irreflexivamente a un líder. Y por supuesto, el rechazo al Presidente Chávez, significará el fin de todas nuestras esperanzas en la construcción de una nación verdaderamente socialista. Sin socialismo del siglo XXI. Sólo socialista, que es igual que decir: justa, libre, próspera e impulsada por hombres y mujeres nuevas.

Por ello creo en la necesidad de convertir esa relación sentimental en una relación de compromiso consciente y crítico, en la cual la opinión pública pueda ser termómetro para que el Presidente evalúe sus aciertos y desaciertos, sin intemperancias ni descalificaciones.

También comparto con el camarada Ernesto su postura en relación con el calificativo de revolucionario. Sólo el análisis de los procesos históricos por los que atraviesan los seres humanos nos permiten formular, bajo acuerdos intersubjetivos, la apreciación de conductas revolucionarias o reaccionarias. Y eso, como muy bien lo sustentó Fidel en la pieza discursiva más extraordinaria de la cual tenga noticia mi intelecto, sólo la historia lo juzgará.

Y en cuanto a la adjetivación de “escribidores” o “escritores” – que se parece mucho a la denominación de “revolucionario” o de “cristiano”... bastará decir que en materia lingüística, nunca dejamos de aprender; y el calificativo de “escritores” es también una condición que no puede otorgarla o negarla una persona o institución en particular. En ese sentido, espero también - con Ernesto Villegas Poljak y nuestro gran Fidel – que la historia nos absuelva.

martieducador@yahoo.com

lunes, 4 de agosto de 2008

Sobre errores,desagravios y el principio de cortesía verbal

Nunca olvido – por oportuna – la frase de un compañero cubano que nos acompañó inicialmente en la implementación del Programa Nacional de Formación de Educadores de la Misión Sucre. Repetía el camarada muy certeramente: Dirigir es establecer compromisos y ceder espacios.

Y ese es, precisamente, el drama de nuestro Presidente: Quienes lo rodean no quieren o pueden asumir compromisos, y a él le cuesta ceder espacios. Una y otra circunstancia parecieran complementarse de manera fatídica e ir desgastando el eje de un proceso que descansa, para bien y para mal, en sus hombros.

Como trabajadora y como activista en las luchas por las reivindicaciones populares, no puedo menos que sumarme a las voces que condenaron sus comentarios en relación con los beneficios contractuales del personal del VTV, no porque ellos no hubiesen surgido de una crítica certera, como muy oportunamente lo demostrara el camarada Ernesto Villegas Poljak en su artículo “Desagravio a un camarógrafo”, publicado por Aporrea el 31/07/08, sino por la falta de cortesía verbal que suele revelar el discurso presidencial, con un coste mayor cuando hiere la suceptibilidad del pueblo.

En el complejo laberinto de la comunicación, resulta oportuno tomar en consideración las últimas aportaciones en materia lingüística que nos hablan de la necesidad de emplear la cortesía verbal como un instrumento de tratamiento de posibles roces en la interacción social, para conservar la imagen positiva del líder. Ello nos llevará a hacer permanente monitoreo de lo que decimos y lo que dejamos de decir, de la validez, relevancia y modo de cada una de nuestras contribuciones verbales, si es que en algo valoramos todos los alcances de este proceso histórico, por pequeños o grandes que nos parezcan, y que hoy podemos disfrutar.

Sin embargo, y volviendo al tema que nos ocupa, convendría referirnos en primer lugar, a la primera circunstancia, la que tiene que ver con la asunción de compromisos y la escasez de funcionarios que estén dispuestos a asumirlos en forma honesta y eficiente. Y en este sentido, también el compromiso central apunta hacia la figura presidencial, quien sin duda es el responsable del nombramiento de los principales gerentes ministeriales. No obstante, es obvio que en nuestro país, muy pocos quieren asumir voluntariamente responsabilidades que tienen que ver simplemente con sus más elementales derechos ciudadanos. Y al que piense lo contrario, simplemente evalúe la participación comunitaria en los consejos comunales o en una humilde junta de condominio.

La enajenación laboral en la que vive el ciudadano promedio, lo hace percibir cualquier actividad que emprenda en términos de beneficios individuales. El “cuanto hay pa’ eso” no ha dejado de ventilarse en todos los lugares públicos de nuestra extensa geografía. Y por supuesto, la gran mayoría de nosotros, no percibe “trabajo voluntario” de altos funcionarios públicos que no hacen vida común con el pueblo, y que no se esmeran por acercarse a los distintos escenarios que coordinan, para evaluar el impacto de sus decisiones cotidianas.

¿Quién duda que el Presidente Hugo Chávez Frías es la principal referencia moral de lucha consciente y desinteresada? Si bien esa es una condición necesaria para ejercer la crítica, no es condición suficiente para asumirla en forma descarnada en contra de uno de los estamentos sociales más vulnerables de la población venezolana. En contraste, la mayoría de los funcionarios que acompañan y acompañaron la gestión presidencial, no sólo han hecho gala de una desvinculación total con la realidad social, sino que disfrutan de inmensas prebendas a pesar de sus desaciertos e inconsistencias ideológicas. En este sentido, tampoco el gobierno nacional ha enviado las señales adecuadas para combatir estos males sociales y evitar la impunidad.

El Presidente, en su afán por ser no sólo el jefe de Estado de un país convulsionado por las apetencias del imperialismo norteamericano, ha intentado convertirse también en el principal comunicador de nuestro país. Quiere hablar y opinar sobre todo, sin que medie para ello una investigación seria en torno a la cantidad, calidad, modo o pertinencia de lo que dice. Y aunque eso no suele afectar negativamente a seguidores fanatizados; sus errores configuran, para el ciudadano promedio, matrices de opinión que pudieran convertirse en bolas de nieve que catapulten (“por ahora” y quizás por una centuria más) las esperanzas de consolidación de verdaderos procesos revolucionarios en nuestra nación y en el resto de América Latina.

Creo que es importante hacernos conscientes de las características del proceso histórico que vivimos. Nuestra realidad política actual descansa en la figura de un hombre, el Presidente, quien tiene en sus manos la ingente responsabilidad de evaluar permanentemente todo cuanto dice y hace. Celebro, por tanto, que muchas voces se alcen – en forma equilibrada y responsable – para requerir del líder ponderación. Celebro también que en esta oportunidad las haya escuchado y haya admitido su error, cuando personalizó en el camarada Castro su descontento por los acuerdos contractuales aprobados por VTV.

Es importante sí, que el resto, es decir, todos aquellos que decimos acompañarlo en los procesos de luchas populares, intentemos imprimirle nuevos matices a este proceso. Y esto sólo será posible a través de la formación de verdaderos equipos de trabajo y de lucha organizada. Difícil tarea también la nuestra, embriagados como estamos de consumo, egoísmo e individualismo. De allí la importancia de espacios de opinión, tan abiertos e impactantes como Aporrea. Creo que Aporrea ha venido convirtiéndose en una referencia importante para medir la aprobación o desaprobación de ciertos procederes gubernamentales. Incluso admitiendo que muchos de los que aquí escriben sean opositores disfrazados de críticos afectos al chavismo. Sus opiniones también son importantes, y en ocasiones, certeras. Este proceso, como muy bien lo han dicho infinidad de “escribidores”, “escribientes” y “escritores”... necesita el látigo de la crítica para ser verdaderamente revolucionario. Y por supuesto, necesita el oído atento y humilde de los hombres y mujeres sujetas a la crítica.

¡Qué importante sería también – como muy bien nos lo apuntaba aquel hermano cubano – que aprendiéramos el arte de “dirigir”, cediendo espacios a personas cuyo discurso sea consecuente con sus actuaciones! Es falso que no existan. Lo que sí es muy probable es que no se encuentren dentro de las clases tradicionalmente privilegiadas de nuestro país.