16 de diciembre de 2010
Querida mamá:
Desde todos los lugares en donde sabemos que hoy te encuentras, volvemos nuestros corazones hacia ti. La navidad, ese tiempo hermoso en donde buscamos refugio en el afecto filial y fraterno, vuelve a repetirse y a encontrarnos por segunda vez sin tu abrigo terrenal. A pesar incluso de tus últimas reflexiones antes de entrar en aquel frío quirófano: “Siempre estaré con ustedes, adonde quiera que me encuentre…”
Y entonces todos sabíamos que te ibas. Que elevabas tu recorrido hacia otros espacios ignotos. Rezar contigo tras las azules cortinas de la clínica, percibir el temblor de tu cuerpo agitado de miedo… Todo eso entra en el alma recurrentemente como una fría ráfaga de viento, y nos abate por momentos.
Pero en la navidad, en ese tiempo festivo en donde eras todo entusiasmo y energía, y en el que tenías el inmenso poder de convocarnos a todos a tu lado, a pesar de distancias, tristezas o discordias, es cuando más echamos de menos tu presencia física.
El veinticuatro de diciembre de 2010, a más de año y medio de tu salto hacia esa otra dimensión desconocida, todos tus seres amados se reúnen en el lugar que te sirvió de hogar: la casa de tu hija Mirilla. En esos espacios en donde convaleciste por casi veinte años, en donde reíste y lloraste hurgando situaciones familiares de todo tipo, a ratos gratas, a ratos dolorosas. Tal cual como es la vida, y como nos corresponde asimilarla a todos los seres humanos.
Y juntos todos, los que te amamos, los que te merecimos como madre, abuela, tía, hermana … ¡amiga!, convocamos este día tu espíritu ancestral de engendradora de vida, de protectora de simiente, de formadora de hombres y mujeres, de pródiga de savia… para pedirte renovar tu promesa de compañía espiritual, de guía luminosa y sabia de nuestros pasos.
Permite, madrecita linda, viejita adorada, que todos nosotros podamos encontrar siempre en ti un refugio, no sólo en navidad sino durante toda nuestra existencia, y que ese refugio se convierta siempre en expresión del amor y de respeto en cada una de nuestras historias de vida. Amor y respeto que siempre ambicionaste en tu vida y alentaste en la vida de todos nosotros.
Yo, la pequeñita, la hijita menor, “la que venía de lejos a cuidarte” no estaré este año en esta casa, urgida como estoy de viajar al lado de mis propios retoños de vida, de esos hijos a los que tu siempre me ayudaste a proteger. Sin embargo, como tú, estaré allí, en casa de la hermana, en casa de Mirilla.
Cerraré mis ojos - adonde quiera que me encuentre - y miraré a tu amado Johan reír y hacer chistes, contemplaré a Clara, cerquita de la Desi, linda y grácil; a Mirilla trajinando en la cocina con las hallacas; a la Mirincerita, flacucha y espigada tal y como se ha puesto; a la Regina laboriosa y seria que ahora conocemos; a tu Jesús David, amenazando crecer, correr y volver a ser un niño de bicicleta y paseos… A Marcial, el buen Marcial, tu noble acompañante y amigo, brindar por la navidad y pedirle a Dios fuerzas para luchar contra sus propios miedos y las tristezas que hoy lo asedian… A la Yelita, tu predilecta, la gorda de tu corazón, esa que te dio la alegría del encuentro con el Andresito… ¡el Andresito Cabello como tú lo mentabas, para no compartirlo con el padre! Al pequeño Luis Eduardo y a su padre, Homero, el sobrino que quizás hubieses querido conocer y disfrutar junto a tu hija Yely. Veré de nuevo a Grisel junto a nosotros, junto a ti. A Grisel, Andreíta y a Paola.
A todos los veré, incluso a los que ese día por una u otra razón no lleguen al lado de Mirilla. A Joaquín y a sus hijos. A Angito y a los suyos. A Ana, tu amada amiga. A Omar, el preguntón, que ya no es ningún “rompe joropos”, y al parecer nunca lo fue, a juzgar por sus protestas a tus calificativos. A Yary, Andrea comelona y el Déninson. A la luchadora Alicia y a sus realizadas simientes: el Manuelito y la Gaby. A Janis Alejandra, ahora convertida en una abogada inteligente y hábil. A Rafael, Cecilia, Édinson, Katherin, la nueva Estefanía y a Elizabeth, su madre. A Wilson, el verdadero “rompe joropos” del pasado, pero que ahora vuelve a acercarse a nosotros seguro de los afectos. Veré a Pedro Márquez y a Beatriz. A Eleazar Cabello, Bauptista y su gente. A Crisanto Márquez… ¡A Jesús Gómez, el gran ausente!
Y allá en nuestro pueblito oriental, a orillas de carretera, veré también a la indiecita Máryuri, el amor que sostiene a uno de los hermanos que más te amó: Arcángel. Veré a Antonia, a Yelitzabeth, a Karina y a Jazmín. Veré a María y a todos los primos maravillosos que ella formó con tesón. Veré a Esnardo y a su copiosa familia. A la Chicha. A Iris. Todo tu pasado envuelto en la neblina mañanera de Quebrada Seca.
Y una vez todos allí – ausentes y presentes – quiero, como te dije, que cumplas tu última promesa: Haznos sentir que no te has ido, que vives en nuestra armonía familiar, en esa necesidad apremiante de sentirnos unidos, en vínculo eterno creado por ti, por tu fuerza infranqueable que recorrió mil senderos para protegernos, y que no se termina con tu muerte.
Mamá, Jose, recibe un abrazo inmenso de todos los que te amamos y te recordamos dulcemente en este día de navidad. Y todos ustedes, gente mía, familia de mi corazón, reciban todo mi afecto y mi amor. Eterno.
Hasta el próximo encuentro.
Emilia
Navidad, 2010