LA ACADEMIA DE ESPALDA AL PUEBLO
Algo más sobre el Plan Desencanto
Hace escasos días fui diagnosticada por un afamado académico racionalista – perseverante investigador entregado al estudio epistemológico de las ciencias sociales – como una persona de pensamiento caótico, una profesional signada por profundas inconsistencias conceptuales.
Ante tamaña crítica y ante la prestigiosa fuente de la cual emana la sentencia, no puede más que aguzar la capacidad de autocrítica y sentarme a meditar sobre la veracidad o falsedad de tal afirmación.
Los datos que emplea el investigador los recava desde el momento mismo en que yo comienzo a discrepar de su postura en torno al agotamiento del liderazgo del Presidente Chávez, y la necesidad – apremiante para él – de sustituir su liderazgo por otro en el cual se exprese “los mismos ideales colectivistas”.
Como buen racionalista, el académico postula una tesis y aspira a que discursivamente y a través de principios lógicos, sus lectores desmontemos sus razonamientos y demostremos su falsedad. No obstante, yo – una humilde maestra devenida a profesora universitaria con todo el cúmulo de esfuerzos personales y académicos que ello implica – le increpo sobre la conveniencia política de tal postura, la cual sólo es direccionada hacia ese pequeño pero significativo sector académico universitario que ha venido constituyendo en la educación venezolana, un reducto ideológico infranqueable, el cual responde a los intereses de las clases sociales a las cuales representan.
Al respecto, debo decir que siempre he militado en la idea del respeto y la tolerancia con las ideas de otros, pero ello no está reñido con la necesidad de debate y discusión de posturas disímiles. Más aún en momentos en que el proceso bolivariano pareciera estar herido por el impacto que un grupo de funcionarios ineficientes - y no en pocas ocasiones, corruptos - han venido imprimiéndole a las políticas surgidas de nuestro texto constitucional y del Plan Nacional “Simón Bolívar”.
Por ello preocupa considerablemente que personas que dicen compartir con nosotros los principios socialistas, actúen en circunstancias determinadas como vehículos para el desconcierto y la desesperanza, y en forma inconsciente sirvan en la construcción del escenario adecuado para que la oposición más recalcitrante y fascista, asuma nuevamente las riendas de nuestro país.
No sé si por pensar así y emplear términos que resultan ser para el epistemólogo burdas especulaciones de autores “cantinfléricos” (como por ejemplo el término “matriz epistémica” empleado también por Miguel Martínez Miguélez (http://prof.usb.ve/miguelm/desafio.html), peco del mal que me atribuye el investigador. Es probable, sí, que mi formación – como las del común denominador de los profesionales venezolanos – adolezca de este mal. Ya muy bien lo plasmaba Edmundo Desnoes en su libro “Memorias del Subdesarrollo”: los latinoamericanos – y muy especialmente las mujeres latinoamericanas – vivimos escindidos. Recibimos una educación que no nos pertenece; una educación que deliberadamente fragmentó el conocimiento y cercenó nuestra capacidad de crear y producir conocimiento. Una educación que nos condena a seguir instrucciones y a evitar el cuestionamiento del orden social imperante.
Sin embargo – y en forma paradójica a la crítica del avezado intelectual – los procesos de organización de los colectivos populares (los mismos que restituyeron la institucionalidad en abril del dos mil dos) descansan en ese pueblo de pensamiento desordenado, emotivo… ¡y hasta mágico!
“Es lo que tenemos” afirma con su sabia dulzura Eduardo Leal Chacón, el sociólogo que se atrevió a concebir un Programa Nacional de Formación de Educadores, y que luego fue execrado por una de las autoridades del para entonces Ministerio de Educación Superior, el inefable Andrés Eloy Ruiz.
Sí. Es lo que tenemos. Y para cambiar nuestro pensamiento “desordenado” necesitamos concebir sistemas educativos eficientes y eficaces que acompañen los pasos indetenibles de todos los que impulsamos la organización social, de todos los que nunca nos hemos creído parte de la clase privilegiada y docta del país, la cual discursivamente se dice llamar socialista pero se aleja de la calle y de la miseria social, y cría y educa a sus hijos en colegios privados para preservarlos de los “males” de la pobreza; de ese estamento de la clase media que se siente intelectualmente superior a los demás, pero que no encuentra ni siquiera formas inteligentes de comunicación armónica con sus congéneres.
Por ello – y sin contrariar a mi agudo crítico – creo importante que los que ayer defendían el liderazgo de Chávez y hoy piden a gritos su salida del poder, intenten acercarse más frecuentemente a ese pueblo que pregonan defender, y para el cual dicen que intentan “masificar la investigación” y permitir “la reconquista de la ciencia para y por el pueblo” Mientras sus proclamas sólo sean consignas y en la práctica se dediquen a la triste tarea de mediar títulos universitarios, ustedes también constituirán una pesada rémora en la constitución de nuestro proceso revolucionario.
La salida o no de Chávez del poder, no la deciden opinadores escudados en la Academia, ni algún estamento de una izquierda clase media que una vez más hace lecturas equivocadas de los tiempos que corren. El destino de Venezuela lo decide la conciencia de un pueblo despierto que siempre avanza, que nunca detiene su marcha, a pesar de las miradas parciales que los seres humanos solemos hacer de la historia.
Algo más sobre el Plan Desencanto
Hace escasos días fui diagnosticada por un afamado académico racionalista – perseverante investigador entregado al estudio epistemológico de las ciencias sociales – como una persona de pensamiento caótico, una profesional signada por profundas inconsistencias conceptuales.
Ante tamaña crítica y ante la prestigiosa fuente de la cual emana la sentencia, no puede más que aguzar la capacidad de autocrítica y sentarme a meditar sobre la veracidad o falsedad de tal afirmación.
Los datos que emplea el investigador los recava desde el momento mismo en que yo comienzo a discrepar de su postura en torno al agotamiento del liderazgo del Presidente Chávez, y la necesidad – apremiante para él – de sustituir su liderazgo por otro en el cual se exprese “los mismos ideales colectivistas”.
Como buen racionalista, el académico postula una tesis y aspira a que discursivamente y a través de principios lógicos, sus lectores desmontemos sus razonamientos y demostremos su falsedad. No obstante, yo – una humilde maestra devenida a profesora universitaria con todo el cúmulo de esfuerzos personales y académicos que ello implica – le increpo sobre la conveniencia política de tal postura, la cual sólo es direccionada hacia ese pequeño pero significativo sector académico universitario que ha venido constituyendo en la educación venezolana, un reducto ideológico infranqueable, el cual responde a los intereses de las clases sociales a las cuales representan.
Al respecto, debo decir que siempre he militado en la idea del respeto y la tolerancia con las ideas de otros, pero ello no está reñido con la necesidad de debate y discusión de posturas disímiles. Más aún en momentos en que el proceso bolivariano pareciera estar herido por el impacto que un grupo de funcionarios ineficientes - y no en pocas ocasiones, corruptos - han venido imprimiéndole a las políticas surgidas de nuestro texto constitucional y del Plan Nacional “Simón Bolívar”.
Por ello preocupa considerablemente que personas que dicen compartir con nosotros los principios socialistas, actúen en circunstancias determinadas como vehículos para el desconcierto y la desesperanza, y en forma inconsciente sirvan en la construcción del escenario adecuado para que la oposición más recalcitrante y fascista, asuma nuevamente las riendas de nuestro país.
No sé si por pensar así y emplear términos que resultan ser para el epistemólogo burdas especulaciones de autores “cantinfléricos” (como por ejemplo el término “matriz epistémica” empleado también por Miguel Martínez Miguélez (http://prof.usb.ve/miguelm/desafio.html), peco del mal que me atribuye el investigador. Es probable, sí, que mi formación – como las del común denominador de los profesionales venezolanos – adolezca de este mal. Ya muy bien lo plasmaba Edmundo Desnoes en su libro “Memorias del Subdesarrollo”: los latinoamericanos – y muy especialmente las mujeres latinoamericanas – vivimos escindidos. Recibimos una educación que no nos pertenece; una educación que deliberadamente fragmentó el conocimiento y cercenó nuestra capacidad de crear y producir conocimiento. Una educación que nos condena a seguir instrucciones y a evitar el cuestionamiento del orden social imperante.
Sin embargo – y en forma paradójica a la crítica del avezado intelectual – los procesos de organización de los colectivos populares (los mismos que restituyeron la institucionalidad en abril del dos mil dos) descansan en ese pueblo de pensamiento desordenado, emotivo… ¡y hasta mágico!
“Es lo que tenemos” afirma con su sabia dulzura Eduardo Leal Chacón, el sociólogo que se atrevió a concebir un Programa Nacional de Formación de Educadores, y que luego fue execrado por una de las autoridades del para entonces Ministerio de Educación Superior, el inefable Andrés Eloy Ruiz.
Sí. Es lo que tenemos. Y para cambiar nuestro pensamiento “desordenado” necesitamos concebir sistemas educativos eficientes y eficaces que acompañen los pasos indetenibles de todos los que impulsamos la organización social, de todos los que nunca nos hemos creído parte de la clase privilegiada y docta del país, la cual discursivamente se dice llamar socialista pero se aleja de la calle y de la miseria social, y cría y educa a sus hijos en colegios privados para preservarlos de los “males” de la pobreza; de ese estamento de la clase media que se siente intelectualmente superior a los demás, pero que no encuentra ni siquiera formas inteligentes de comunicación armónica con sus congéneres.
Por ello – y sin contrariar a mi agudo crítico – creo importante que los que ayer defendían el liderazgo de Chávez y hoy piden a gritos su salida del poder, intenten acercarse más frecuentemente a ese pueblo que pregonan defender, y para el cual dicen que intentan “masificar la investigación” y permitir “la reconquista de la ciencia para y por el pueblo” Mientras sus proclamas sólo sean consignas y en la práctica se dediquen a la triste tarea de mediar títulos universitarios, ustedes también constituirán una pesada rémora en la constitución de nuestro proceso revolucionario.
La salida o no de Chávez del poder, no la deciden opinadores escudados en la Academia, ni algún estamento de una izquierda clase media que una vez más hace lecturas equivocadas de los tiempos que corren. El destino de Venezuela lo decide la conciencia de un pueblo despierto que siempre avanza, que nunca detiene su marcha, a pesar de las miradas parciales que los seres humanos solemos hacer de la historia.