Mamá…
¡Transcurre aún el tiempo, vieja, por aquí! Llueve ahora más seguido, y ya no son de mayo las orquídeas ni los mangos que tanto te gustaban. Todo es un poquitico más feo y hostil que cuando partiste. Se extingue la naturaleza en nombre de un progreso que todavía no llega a disminuir la enorme brecha entre los seres humanos. Y el hombre, preso del placer y las ansias de existir para el consumo, insiste en colocar sobre sí mismo y sobre los hombros de su progenie, la misma pesada roca con que los dioses griegos castigaron a Sísifo.
Ahora todo eso creo que está claro a tu comprensión maravillosa, vieja, porque dejaste atrás el tiempo como eterno cancerbero de tus pasos, y miras estos espacios con perspectiva plena de conciencia. Sé bien que esa fabulosa habilidad te pertenece porque así te sueño siempre que me permites penetrar subrepticiamente en esa nueva forma de vida que adquiriste.
“La casa es uno mismo, la casa es uno mismo…” ¿Te acuerdas? Yo nunca lo olvido. Viajo siempre con esa maravillosa sensación de unidad que sólo surge de la experiencia de caminos recorridos y del balance vital bajo la sombra de muchos árboles y el rumor de muchos ríos de cauces aún inaccesibles para la codicia humana.
Jose: Cumplimos aquí un ritual siniestro en donde todos quieren existir, pero en donde nadie vive, porque el aire cada día se nos enrarece más, las lluvias o el sol inclemente se ensañan contra los más vulnerables, mientras cotidianamente vagamos asustados temiendo que otros nos quiten el aliento o los objetos que creemos haber obtenido para nuestra felicidad. Y asidos a una vida pesada y gris cuyo único señuelo -en el mejor de los casos- es el trabajo para la superación personal o familiar, seguimos cumpliendo años y celebrando cada once meses, las mismas navidades…
Las navidades. También ellas se hicieron -al menos para nosotros, los tuyos, los que dejaste en este inmenso laberinto existencial- cada vez menos festivas… Se fue también contigo la pequeña alegría de la navidad, alimentada de tus habilidades culinarias, tus afectos y tu avidez por los encuentros familiares. Todo cambió irremediablemente, viejita linda, sin ti.
Sin embargo, siempre, y en especial en las navidades, afortunadamente todos – ¡o casi todos!- te recordamos con un solo sentimiento que espero rebase las distancias y las diferencias que siempre surgen entre tus hijos, hermanos, nietos y sobrinos… para que pueda ese afecto purísimo e incomparable irradiar a todos armonía y la necesaria sabiduría para hacerse, en cada una de sus pequeñas familias, tan amados como una vez lo fuiste tú en vida…
Enorme privilegio ese del amor incondicional. Tú me lo inspiraste siempre, vieja. Rebasé distancias y dificultades para llegar hasta ti, para cuidar tu último tránsito y para beberme completica tu mirada y tus palabras sabias antes de la despedida. Sabía que en ella se jugaba también la mía. Moría yo también, y eran mis hijos los que ahora me lloraban. Y yo, como tú, inmensa, fabulosa… entraba en sus cuerpos con dulzura, paciencia y constancia. Y me hacia eterna.
Y sé que este tiempo enfermo cesará, y que así como tú entraré en ese espacio maravilloso en donde no hay instantes sino recuerdos.
Gracias a ti hoy tengo la oportunidad de abrazar a mi gente: a los consanguíneos y a la familia causal que me regala la vida; pero mañana, al final del camino, sé que también gracias a ti, viviré en ellos, y podré mirar a través de sus ojos y hablar a través de su verbo.
Por eso me ovillo en navidad y vuelvo a tu vientre. Guardo silencio y escucho la vieja palabra de los abuelos.