"El timón de la historia gira sin rumbo o con
rumbo esquivo, hasta que las víctimas deciden agarrarlo". Alfredo Grande.
Venezuela enfrenta hoy en su duro tránsito republicano, una
nueva encrucijada. No es diferente a la que antes ha vivido. Sólo varía la
anécdota y sus circunstancias, pero la esencia del conflicto siempre es la
misma: no encontramos la forma de conciliar las características particulares de
nuestra naturaleza en el concierto de las coyunturas favorables que ha tenido
la historia de nuestros pueblos en lucha.
Desdibujada hábilmente nuestra identidad bajo la cruzada
colonialista europea, nos dejamos arrebatar, una y otra vez y en medio de
luchas fratricidas y feroces, la posibilidad de construir nuevas formas de
relaciones entre nosotros y nuevas formas de relación con otros pueblos y el
resto de la humanidad.
El concepto mismo de república que conocemos, así como el de
democracia, nos fue inoculado por nuestros propios líderes, erigidos entonces
en guerreros, quienes desprevenidos del problema principal que sirve de motor a
la historia de toda la humanidad -como lo es inobjetablemente la lucha de clases-
orientaron nuestros destinos bajo el desarrollo estructural de este tipo de
sistema.
Al respecto y para definir este cúmulo de representaciones
sociales que nos hemos formulado en las coyunturas históricas y que han
terminado por sabotear soterrada o abiertamente nuestros procesos de liberación
y transformación social, ningún término me ha parecido más oportuno en estos
tiempos de crisis y de decisiones políticas trascendentales en Venezuela, que el acuñado
por el dramaturgo, psiquiatra y camarada argentino Alfredo Grande: el
alucinatorio social.
El alucinatorio social es definido por este compañero como
una actividad cognitiva inducida e intencional que se promueve desde la
dominación con el propósito de que los individuos posean un cúmulo de
experiencias sensoriales que hagan posible la formación (falsa) de una
percepción particular de la realidad, la cual asegura la relación de
subordinación que el poder-autoridad (y todos los que actúan en su nombre) ejerce
sobre las grandes mayorías.
De esta manera, todos creemos que percibimos la realidad de
una u otra manera, (defensa de la llamada diversidad de pensamiento) cuando a
ciencia cierta muchos de nosotros sólo servimos de vehículo de expresión de la
forma como el poder-autoridad pretende que creamos que percibimos el mundo,
haciéndonos vulnerables a su control dominador.
En Venezuela (y sin pretender llorar sobre la leche
derramada) el alucinatorio social no sólo parte de una falsa selección por
parte del pueblo de nuestro sistema de gobierno, sino que avanza sobre el mismo
concepto republicano hacia el desarrollo de una democracia representativa, que
sólo por llamarse democracia y exhibir procesos electorales, adquiría ante los
ciudadanos connotación de legalidad y justicia. Y las manifestaciones de este
mismo fenómeno siguen su recorrido hacia la actual democracia participativa y
protagónica, que en razón de las mismas consideraciones anteriores, no adquiere
la condición de sistema equitativo, justo y no excluyente, por su sola
inclusión en un texto constitucional.
No obstante, el poder-autoridad nacido de la democracia
participativa bajo el liderazgo del Presidente Chávez ha sido la ocasión para
que todos los grupos humanos que convivimos en este territorio pugnemos por
constituirnos en colectivos sociales, es decir, que cada uno de nosotros, desde
nuestros espacios tracemos una estrategia de poder lo más libre posible y
lejana a un nuevo alucinatorio social.
Y esa posibilidad nos lleva primero a entender, en primer
lugar, que no podemos seguir incurriendo en el culto al héroe individual,
porque la enfermedad por la que atraviesa el Presidente Chávez nos debe haber
enseñado la fragilidad de un proceso que
depende de la actuación de un solo ser humano, así como nos debe alertar también sobre la necesidad de
desplegar la acción transformadora de muchos hombres y de muchas mujeres convertidos
en colectivos sociales alrededor de los ámbitos más importantes del escenario
nacional: la salud, la educación, la tierra, la cultura, el trabajo…
En segundo lugar, y tal y como muy acertadamente sostiene
Alfredo Grande, debemos aprender que el mandato de unidad en medio de la crisis
del sistema democrático capitalista, es un mandato encubridor. En ese TODOS
SOMOS CHÁVEZ del alucinatorio social venezolano, viaja por supuesto el pueblo
alegre y deseoso de que le gobiernen "bien", con sentido de equidad y
de justicia social, pero también el Caballo de Troya que nos puede llevar al
despeñadero y destruir una vez más la posibilidad de transitar por caminos
inéditos, construidos a partir de percepciones reales y no de malas copias de
experiencias de otras naciones.
En tercer lugar, tratemos de explicarnos los unos a los
otros, lo que simboliza ese Caballo de Troya. Es decir, tratemos de entender en
nosotros y en nuestras relaciones la persistencia del sistema capitalista y de
sus macabras reglas de juego, que en nuestro país no sólo no ha perdido su
fuerza devoradora de la esencia humana, sino que amenaza con destruir nuestro
medio ambiente, nuestro territorio vital en aras de un desarrollismo disfrazado
de progreso. (Si aún no nos hemos dado cuenta de ello, intentemos leer con un
mínimo de sensatez, sentido común y en colectivo, el significado del tercer
objetivo histórico del Programa de la Patria 2013-2019 y de su flagrante
contradicción con el cuarto objetivo referido a la preservación de la vida en
el planeta y a la salvación de la especie humana).
Y en cuarto y último lugar, para conformarnos en colectivos
sociales debemos comenzar a crear vínculos que nos permitan marchar juntos en
la lucha contra el enemigo común, que no sólo está en las filas de la
oposición, sino que desde las instituciones creadas por el poder-autoridad (y
en el alucinatorio social de los grupos sociales) teje consciente o
inconscientemente la red mortal de una conflagración de dimensiones
internacionales para arrebatarnos nuestros territorios y nuestros recursos
energéticos, y en consecuencia, nuestra posibilidad de vida sobre la faz de la
tierra.
La única vía de avance en la coyuntura signada por la pérdida
de la figura de un líder de la trascendencia histórica de Hugo Chávez Frías, es
la construcción real de los colectivos sociales, es decir, de "guerreros
para la vida", decididos a exterminar con acciones claras de poder
protagónico, los vínculos que aún nos mantienen anclados al sistema
capitalista.