«Un humorista es aquel que toma la sociedad en sus delicadísimos dedos y
empieza a jugar con ellos como una marioneta maravillosa»
Aquiles Nazoa
Si en alguna observación habremos de
coincidir todos los venezolanos inmersos en la pugnacidad generada por el
ejercicio político que ha caracterizado a nuestro país en esta última década,
es en darnos cuenta que en la Venezuela actual no parecieran generarse las
condiciones necesarias como para que surjan buenos humoristas ni comediantes. No
los encontramos ni del lado de los opositores al gobierno, ni en los afectos a
la política gubernamental. Tampoco en aquellas personas que aseguran haber
tomado distancia y demarcarse de lo
politiquero.
¿Por qué sería esto, se preguntarán
algunos, motivo para causarnos aprensión? El estudio de la cognición humana ha
revelado que sólo las emociones intensas son capaces de crear las condiciones
de un aprendizaje efectivo y con posibilidades de desarrollarse y trascender en
el tiempo. La sonrisa o la risa que se produce una vez que como espectadores o
receptores de un acierto humorístico experimentamos, es una acción potenciadora
del pensamiento racional, y en consecuencia, un agente eficaz que coadyuva en
la formación del sentido común de los seres humanos. Por ello, todo buen
humorista realiza un acierto selectivo personalísimo pero universal de la
realidad en la cual vive, y sólo por el logro de esa universalidad empática con
el receptor, le es posible producir el placer intelectual de este tipo de
construcción del pensamiento crítico.
En Venezuela, el humor, como casi
todos los ámbitos de nuestra cotidianidad, ha sido blanco de una polarización
que en su avance −y deliberado mantenimiento por los actores políticos mediáticos−
termina por socavar la sana reflexión, y en consecuencia, el pensamiento
crítico. Institucionalmente se instauran unos códigos oficiales que asfixian el
humor que si por atisbo asomara su despeinada melena (caso de la extinta Escarlatina Rojas Bermellón, asesinada
por su propia autora) sería rápida y astutamente "absorbido" y
neutralizado por los operadores gubernamentales, que en su lugar imponen la
chistera y la burla contra el mundo opositor.
En este sentido, Aquiles Nazoa, el
más extraordinario humorista venezolano del siglo pasado, sostenía:
El humorista es un
hombre de actitud subversiva frente al mundo, un hombre que no se resigna a
vivir en la situación que el destino le ha señalado, pero la ama tanto que
tampoco puede renunciar a ella y lo que hace es como irla descubriendo por
medio del amor, irla desarmando pieza a pieza, a ver qué verdad profunda hay
detrás y debajo de aquello que la tradición, las costumbres y los
convencionalismos, le dicen ser la verdad válida y, precisamente, del desarmar
la pieza humana como un juguete en manos de un niño para ver qué tiene adentro,
qué hay de salvable en ella, es de allí de donde surge el humorismo.
Pero… ¿En qué atmósfera florece el
humor y proliferan los buenos humoristas? ¿Qué diferencia el humor y la buena
comedia de la comicidad y el chiste? Y sobre todo: ¿Qué procesos del
pensamiento humano se privilegian en la producción y recepción del humor y qué
relación guarda lo mediático con el declive de una actividad intelectiva de
enorme impacto en la formación de criticidad?
El humor como la buena poesía, parece
no florecer en la incertidumbre de lo personal, en la actitud inauténtica de
quien no puede equilibrar con facilidad los factores que permiten el
surgimiento de un acierto intelectivo humorístico. En consecuencia, un
individuo a quien deliberadamente se le ha despojado de su identidad o que
posea una tendencia a observar la realidad desde una sola perspectiva de
pensamiento, difícilmente podrá
desarrollar buen talante y verdadera personalidad de humorista. El buen humorista es un investigador
situacional, pero también es un lector. Lee mucho y sobre diversos temas que le
permiten tomar distancia y formularse una visión panorámica de determinada
circunstancia así como de sus nexos. Por
eso suele poseer una formación humanista capaz de realizar una selección
oportuna de los signos y símbolos que mueven a la sociedad de la cual él es
observador crítico, y espera con su intervención discursiva amparada en la risa
y la gracia, que nosotros lo seamos también.
El humorista interviene la realidad
que observa a través de un discurso deliberadamente construido para que sus
potenciales receptores realicen procesos inferenciales adecuados. El humor
siempre es rebelde y libertario y nace de la explicación cruel que se formula
su creador de las contingencias humanas. Por tal razón es respetuoso de su
público receptor, explora objetivamente su contexto situacional, el escenario
social y político, y el contexto histórico. El análisis resultante de su
ejercicio de pensamiento no es, por su puesto imparcial, pero resulta
abarcador necesariamente de las
distintas perspectivas de pensamiento humano sobre determinado tema o
circunstancia.
Lo cómico, si bien emplea como
estrategia receptiva efectiva la gracia y la hilaridad del receptor, no exige
sistematización alguna de la experiencia, su propósito fundamental está en descubrir una realidad muchas veces
oculta o invisibilizada para cuestionarla y degradarla. El chiste, aliado más
cercano de lo cómico, aunque sin romper lazos con el humor, resulta siempre de
una técnica narrativa que no exige niveles de investigación ni documentación, y
cuyo desenlace compromete a un tercero y explota siempre aquellos espacios
ocultos del inconsciente y de sus mecanismos
de manifestación.
Tomando en cuenta estas
aseveraciones, ¿podríamos pensar entonces que el contexto socio-político que ha
caracterizado a la Venezuela de finales del siglo XX y la primera década del siglo
XXI nos ha provisto de condiciones adversas para el florecimiento del humor, no
sólo como género discursivo sino como estrategia del pensamiento racional y
crítico, y ha favorecido la comicidad y el chiste? ¿Es posible que las
instituciones del poder constituido pueden decretar consciente o inconsciente la muerte del
humor, y que nuestro pueblo pueda estar siendo impulsado mediáticamente a una
práctica discursiva de lo cómico y lo chistoso, en la cual suicidamos el humor,
víctimas entre otros factores del cortoplacismo electorero que ha venido
caracterizando estos últimos años? ¿En qué medida la irrupción cada vez mayor de
lo mediático, y con ello de la penetración abusiva de la comicidad chabacana y
superficial y del chiste ramplón, repetitivo y fundamentado en lo obvio, propio
los medios televisivos, radiales, y más recientemente de las nuevas tecnologías
comunicacionales y de internet, han contribuido a soslayar el debate radical y
profundo que deberíamos estar dando si realmente estamos, como decimos,
decidimos a instaurar una nueva forma de hacer política y si realmente queremos
construir una sociedad no capitalista?
Definitivamente apremia cada día más
hacernos estas preguntas e intentar dar respuestas serias que logren
desestancar la actual situación que vive el debate político en Venezuela, y en
particular, el enfoque asumido por las campañas electorales, que no cesa de
producirnos vergüenza ajena: desde la coreografía de la canción «Hay una
camino» hasta el fulano «Baile de La Obsesión de Nicolás».
¿Será casual tanta banalidad de uno y
de otro lado del discurso politiquero? Urge deslindarnos como pueblo de esa
indefensión que tal como exhortaba nuestro cantor, compositor y también
humorista Alí Primera "mata y pisa el pensamiento", "escupe la
palabra" y hace imposible "la alborada"…