-->
Por Gladys E. Guevara
Debo comenzar diciendo que para el momento en que
escuché la primera declaración pública de los insurrectos de 1992,
conocía a Chávez tanto como hasta hace escasos días tuve
conciencia de la existencia de Odreman. En otras palabras: no los
conocía en absoluto, y por una acción mediática ahora ambos
pasaron a formar parte de referentes históricos de inmensa
significación para tratar de explicar, no sólo cómo actúa el
poder desde el Estado-gobierno, sino también cómo las emociones y
los esquemas de representación de pueblos colonizados y
neocolonizados sobre "lo heroico" y la "construcción
de sociedades más justas", se activan –desde ese mismo poder
deliberadamente, y en ocasiones en forma espontánea consciente o no,
desde la actuación de los líderes sociales− para producir
determinados comportamientos en los colectivos sociales.
Cuando adelanto esta primera observación, lo hago con
el propósito de que se entienda que al igual que la mayoría del
ciudadano promedio venezolano, desconozco los intringulis
de esa "para-política" que siempre surge a la sombra del
poder y que le permite a los individuos ejercer su control, y en el
peor de los casos, perpetuarse en él. Y aunque nunca me ha gustado
expresarme sobre lo que desconozco −si bien no puedo hacer ningún
tipo de declaración a priori sobre los últimos hechos en los cuales
pierden la vida a manos de organismos del Estado que a todos luces
violan los derechos humanos de estos compañeros y de gran cantidad
de personas de la zona, cinco ciudadanos venezolanos jóvenes,
quienes además ejercían una defensa pública y notoria del gobierno
de turno− tengo el derecho y el deber de extraer de todos estos
sucesos, ciertas conclusiones que nos permitan a las personas sanas y
honestas que somos la mayoría del pueblo venezolano, generar
mecanismos de defensa contra un poder constituido que como élite, se
jacta de tener derecho y competencias para gobernarnos.
Hugo Chávez entra en el escenario político venezolano
a través de una acción violenta que un grupo de militares juzgaron
legítima y justa en aquella ocasión, en la cual los politiqueros de
turno encabezados por los partidos COPEI y AD, desangraban el erario
público y diezmaban a la población pobre venezolana. No obstante,
es su primera declaración mediática lo que lo catapulta a la fama.
Su discurso valiente y responsable cala en lo más hondo del dolor
ancestral del pueblo, y se revela como potencial esperanza para el
avance de los más vulnerables. Su ascenso, pues, en popularidad y
aceptación, como todos lo sabemos, fue in
crescendo, aupado por unos medios privados
que no entendieron en un primer momento que su cobertura –primero a
favor, y luego en contra− fue la primera plataforma propagandística
del líder, que activando ciertos signos ancestrales en la memoria
colectiva del pueblo venezolano, en menos de una década llegó al
poder y lo ejerció durante el tiempo que le alcanzó la existencia.
Chávez, erigido ya como el mejor comunicador que haya
conocido Venezuela, nos convenció de la necesidad histórica que
reclamaba el país, e incluso este continente, de que las "élites
gobernantes" fuesen "personajes progresistas" que
encarnaran gobiernos de ruptura con los intereses de "viejos
oligarcas". Y así, muchos que antes calificaban de dictadura al
gobierno cubano, producto de los esquemas ideológicos que se
inoculaban en el pueblo, se dejaron guiar por el discurso de Chávez,
y a partir de entonces –producto ya del fanatismo y no de una
conciencia clara sobre la dignidad ejercida por ese pueblo caribeño−
gritaron loas a favor de Fidel, y luego de Raúl Castro, y gritos de
repudio contra la administración Bush y luego contra Obama. "Chávez
le abrió los ojos al pueblo", solían comentar, mientras en el
escenario latinoamericano comenzaban a surgir mediáticamente
"políticos" argentinos, bolivianos, chilenos, hondureños,
ecuatorianos… que amparados en estas condiciones creadas desde
tierras venezolanas, se permitían activar también en la memoria
colectiva de sus pueblos, la esperanza de tener "gobiernos"
si no socialistas, en el mejor de los casos, "aliados" con
los más humildes.
Esa esperanza se sostuvo en Venezuela mientras duró el
impacto carismático –y mediático− de aquel personaje guerrero
venido de la llanura barinesa. Todo su poder y habilidad discursiva
quedó encerrada en aquella “Flor de Los Cuatro Elementos” que le
construyó lo mejor del arte arquitectónico venezolano. Y sus
sucesores en el poder, herederos de corruptelas, mafias, graves
errores económicos y una ausencia total de control y fiscalización
de los reconocidos avances que en materia de pago de la deuda social
al pueblo, habían comenzado a ejecutarse desde la llegada al poder
de Chávez, no han encontrado la forma de desarrollar siquiera
algunas competencias en materia gerencial, para convencer a la
población de que ciertamente heredaron un proyecto político que
garantiza el adecuado funcionamiento de un Estado en el cual el
pueblo debería ser productor de sus propios bienes y servicios, y en
el cual la operatividad del mercado no sólo dependa de una supuesta
"disposición democrática" de los empresarios venezolanos.
Nunca ha sido falso que la oligarquía venezolana le
tiene declarada una "guerra económica" al ciudadano de a
pie: ¿No es acaso un acto congénito de violencia el reparto de las
riquezas y el "régimen de propiedad privada" en este
territorio y el resto de los territorios del mundo? ¿A quiénes
deben sus respectivos capitales los empresarios venezolanos? ¿a su
trabajo arduo o la explotación inhumana del obrero y el trabajador?
¿A quiénes expropiaron (¿"robaron" María Corina?) la
clase media y alta de este país de sus territorios ancestrales? Pero
que a más de quince años de iniciado un supuesto proceso
"revolucionario" de carácter institucionalista en nuestras
tierras, los funcionarios del gobierno sigan achacándole a la
derecha y a los empresarios capitalistas la debacle que hoy vivimos,
no es más que parte de una estrategia del poder para activar el
externalismo (atribuir la culpa de errores siempre a causas externas)
y en consecuencia alentar deficiencias cognitivas en la población,
tales como la centración, la monocausalidad, la percepción
episódica de la realidad, la impulsividad, la sensiblería y el
pensamiento maniqueísta.
No pude conocer a Odreman, pero sus últimas
declaraciones me hacen pensar que este compañero –guiado por
intereses personales, colectivistas o revolucionarios, no lo sé−
fue víctima de este huracán que −discúlpenme los hipersensibles
del chavismo− no tiene nada de revolucionario.
A través de los videos observamos a un hombre que habla
con voz emocionada de la indignación que le produjo ver asesinados
vilmente a sus compañeros. Su voz se quiebra de dolor y rabia. Se
siente traicionado por ese poder que hasta ahora ha defendido, hasta
dar −tal y como finalmente lo hizo− su propia vida. Pero ese acto
final (afortunadamente para él, para su memoria y la nuestra) no fue
de defensa del poder, sino en apoyo a su dignidad y a la de sus
compañeros. Aunque no conocí a Odreman, ese acto final de
autenticidad, merece mi mayor respeto. Y lo siento compañero, tal y
como el Che define que es "ser compañero": un ser humano
capaz de temblar de indignación cada vez que se cometa una
injusticia en el mundo". No así las declaraciones guabinosas y
lacayas del tal "Chino" Carías, uno de los voceros de los
Tupamaros, las cuales hablan terriblemente mal del estado de
descomposicón ética en la cual también han caído, estimulados por
un Estado corruptor, muchos colectivos sociales en áreas de gran
concentración de población urbana.
"El tiempo de Dios es perfecto", dice
repetidamente en sus postrimeras declaraciones, en franca alusión no
sólo a sus creencias religiosas, sino a la convicción de que vive
en un mundo que opera sobre la base de fenómenos de causa-efecto que
tarde o temprano terminan por imponerse y revelarse en su justa
dimensión. Oigo sus palabras y en ese instante justo, dejo de ser
yo, me olvido que Odreman era un ex policía y de todo lo que ese
hecho lleva implícito, y soy él y sufro con él las consecuencias
del caos en el cual vivimos…
A estas alturas de mi vida, formando parte indiscutible
del pueblo pobre venezolano, en mis intentos por tratar de sobrevivir
y salir más o menos ilesa, desde el punto de vista de la libertad de
pensamiento, en un territorio influenciado por la cultura
capitalista; cuestiono la funcionalidad de las consignas destinadas
dizque a conducir emotivamente a los pueblos a la consecución de
metas. Las cuestiono por inauténticas y manipuladoras. Sin embargo,
reivindico su poder originario y reflexivo:
¡Odreman y Chávez viven! Viven y vivirán siempre que
aprendamos a identificar y superar los errores de esos compañeros,
siempre que aprendamos a no conferirle a ningún individuo poder
sobre el resto de sus congéneres. Viven y vivirán, si somos capaces
de mejorar el sentido que tuvieron sus vidas, si somos capaces de
construir nuevas formas de convivencia e intercambio entre nuestros
pueblos, para beneficio de nuestros hijos y de futuras generaciones.