Por Gladys E.
Guevara
“Sólo el silencio es vergonzoso” Letra de la Balada de
Sacco y Vanzetti de Joan Báez.
A lo largo de la historia del ser
humano y más específicamente a partir del desarrollo y auge del capitalismo en
el mundo, el mayor aliado para su expansión y consolidación ha sido,
ciertamente, la aparente confrontación entre adversarios políticos, expresada
en conflictos y guerras, las cuales han desangrado a buena parte de la
humanidad y han consolidado el actual orden mundial. Pareciera como si el
sistema globalizado de dominantes y
dominados que rige al mundo, encontrara en las confrontaciones, y más
específicamente en sus eventuales “adversarios” de turno, las mejores piezas
del ajedrez para mantener en suspenso un juego, y permitir que el ritual sea
practicado por generaciones y generaciones de hombres y mujeres, quienes dicen
detestarlo y querer abolirlo, pero terminan actuando, a mediano y largo plazo,
con la misma lógica que dicen combatir.
Entrar en el juego, en calidad de
aliado o “combatiente del sistema”, asegura el apalancamiento y reimpulso de la
cabeza de la Hidra, que no cesa de reproducirse bajo la mirada impávida de la
humanidad, que ya la cree natural, inherente al ser humano.
Muchos pensadores del fenómeno
afirman –con sobrada razón− que la fuente del mal subyace en las
formas de asociación que ha adquirido la humanidad en su aparente “evolución”,
y que hoy conocemos como “Estados”. Ya a finales del siglo diecinueve el
apóstol de la independencia cubana, José Martí, reflexionaba esta situación en
los siguientes términos:
«Esa futura
esclavitud --decía Martí--es el socialismo» Y añadía Martí, profetizando lo que
pasaría en un estado socialista: «Todo el poder que iría adquiriendo la casta
de funcionarios, ligados por la necesidad de mantenerse en una ocupación
privilegiada y pingüe, lo iría perdiendo el pueblo que no tiene las mismas
razones de complicidad en esperanza y provechos, para hacer frente a los
funcionarios enlazados por intereses comunes. Como todas las necesidades
públicas vendrían a ser satisfechas por el estado, adquirirían los funcionarios
entonces la influencia enorme que naturalmente viene a los que distribuyen algún
derecho o beneficio. El hombre que quiere ahora que el estado cuide de él para
no tener que cuidar él de sí, tendría que trabajar entonces en la medida, por
el tiempo y en la labor que pudiese el estado asignarle, puesto que a éste,
sobre quien caerían todos los deberes, se darían naturalmente todas las
facilidades necesarias para recabar los medios de cumplir aquellas. De ser
siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del estado. De ser esclavo
de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los
funcionarios. Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio
sobre él, y en ese sistema socialista dominaría la comunidad del hombre, que a
la comunidad entregaría todo su trabajo. Y como los funcionarios son seres
humanos y por tanto abusadores, soberbios y ambiciosos, y en esa organización
tendrían gran poder, apoyadas por todos los que aprovechan o esperaron
aprovechar de los abusos, y por aquellas fuerzas viles que siempre compra entre
los oprimidos, el terror, prestigio o habilidad de los que mandan, este sistema
de distribución oficial del trabajo común llegaría a sufrir en poco tiempo de
los quebrantos, violencias, hurtos y tergiversaciones que el espíritu de
individualidad, la autoridad y osadía del genio y las astucias del vicio
originan pronta y fatalmente en toda organización humana... El funcionario
autocrático, abusará de la plebe, cansada y trabajadora. Lamentablemente será,
y generará la servidumbre».
Y hago mención de Martí –mártir de la independencia cubana, y el
menos sospechoso de abrazar ideas a favor del sistema capitalista− para recuperar con ello el señalamiento claro de los
anarquistas en torno al papel del Estado como problema principal en el devenir
social de la humanidad.
Y no servirá de nada que se le adicione calificativos de
progresista, ni que se invente una retórica que diga que avanzamos de una
democracia representativa hacia una democracia participativa. La realidad
impacta sobre el ardid manipulador de un lenguaje seudo revolucionario. Varios
países nuestramericanos caímos en la trampa del socialismo del siglo veintiuno,
y creímos en un conjunto de líderes surgidos en distintos puntos de nuestra
geografía abanderados por una supuesta “espada bolivariana”.
No se trata, no, de que el pueblo
llano que acompañó estos procesos no esté en lo cierto, que no haya sabido
“cumplir con su papel”, que no se entendiera el «legado» de tal o cual mesías político…
Volvimos a ser traicionados, porque hemos seguido creyendo en las bondades de
los Estados y de los gobiernos «progresistas» o mal llamados «socialistas», los cuales en el fondo sólo proyectan, como bien sostiene
el compañero Francisco Sierra Corrales, un social cristianismo retardado.
Gobernar territorios neocolonizados ofreciendo
emancipación, es tarea de malabaristas del lenguaje, quienes tarde o temprano
terminan por mostrar sus costuras y sus contradicciones, para arribar a
escenarios que sólo pretenden “controlar” con base en mecanismos represivos,
los cuales también justifican alegando siempre “razones de Estado”. Y en este
sentido, creo que en el caso venezolano, si el Presidente venezolano Hugo
Chávez se mantuvo tanto tiempo en el poder, no sólo se debió a que el petróleo
siempre disfrutó de una aceptable cotización en el mercado, y que él destinó
buena parte de los recursos que ingresaban por este importante rubro, para
paliar las profundas carencias del pueblo pobre, sino también a la torpe oposición
que hicieron sus detractores políticos, quienes en su errático accionar
impidieron que las mayorías pudieran advertir el fraude que significaba la
oferta seudo socialista del gobierno chavista, y ahora madurista. En toda
aparente contienda de “buenos” y “malos”, que impida el pensamiento crítico y
la observación integral de la realidad, el capitalismo saldrá vencedor.
Igual suerte que la venezolana quizás
el futuro le depare al pueblo de Ecuador, y quizás también al de Bolivia,
aunque en ambos países pareciera haber prevalecido una mayor cordura en el
manejo de recursos públicos. ¡Nada que decir de Nicaragua, por supuesto!
Tampoco de Uruguay con la gran farsa del presidente-pobre, quien con su
“sabiduría mediática” le entregó el país a las trasnacionales de alimentos
transgénicos. Ni de Argentina, en donde su Presidenta siempre ofreció impulsar
“un capitalismo en serio” y ahora enfrenta naturalmente un peligroso proceso
inflacionario, acechado también de escándalos y corruptelas; ni nada que
agregar de Chile y los dos períodos de Bachelet; ni sobre Brasil, en donde Lula Da Silva y Dilma
Rousseff (presidente-obrero y presidenta ex guerrillera, ambos identificados
como “izquierda”) sólo actuaron como conspicuos gerentes del neoliberalismo,
sin cuidarse de guisos dentro de la administración de bienes públicos ni de
represiones policiales en sus respectivos gobiernos.
Por ello, repito, cobra natural
lucidez el enfoque anarquista de Luis Di Filippo, cuando a principios del siglo
veinte publica su ensayo: “El fetichismo del Poder” y afirma:
“Es que se
ha identificado la conquista del Poder con la Revolución como si fuesen la
misma cosa. Manera bastante infantil de reducir a términos de simplicidad
minúscula un problema de complejidad mayúscula.
No es el Poder, sino la Sociedad lo que se debe
«conquistar» para la revolución; pero si es posible conquistar por asalto el
Poder, no es posible conquistar la Sociedad del mismo modo. Al Poder se puede
llegar audazmente por un atajo; a la Sociedad solo se le conquista, o
transforma o renueva, transitando un largo, paciente, quizá sinuoso camino.
El drama de los revolucionarios que han conquistado el Poder es que para mantenerse en él no pueden prescindir del aparato burocrático centralizado, ni del militar imponente, ni del policial implacable, consiste en que a medida en que el tiempo transcurre se hace más tajante el divorcio entre la Sociedad y el Estado, pues se cristalizan los aparatos provisorios de dominio con destino de perennidad. Lo que equivale a decir que más está en auge el estatismo que el socialismo, términos que tienden a confundirse maliciosamente, pues el dominio del Estado sobre la Sociedad es el imperio de la parte sobre el todo, dominio que por su índole tiene que ser fatalmente violento tanto en sentido moral como físico”.
Leyendo
a Luis Di Filippo necesariamente nos preguntamos si no fue estatismo y no
“socialismo”, lo que se consagró en Venezuela y en el resto de nuestras tierras
nuestramericanas. No
podría responder por lo que ocurre en
aquellas tierras hermanas, pero de estas sufridas tierras caribeñas, puedo
decir:
Por
razones de Estado la prensa oficialista debe vender la matriz de opinión de que
la actual situación se debe a una “guerra económica” desatada por el imperio.
Por razones de Estado, en Venezuela se desató una oleada sistemática de
ajusticiamientos que son presentados ante la opinión pública como
enfrentamientos. Por razones de Estado se cierran las fronteras con Colombia, y
se castiga a la población más vulnerable que vive en tierras fronterizas. Por
razones de Estado, el psuv escoge sus candidatos a dedo, y luego los impone con
el ardid mediático de que fueron aclamados por las mayorías. Por razones de
Estado, la traición no puede ser televisada, ni difundida en radios
alternativas financiadas por el gobierno, ni por impresa en ningún periódico o
publicación “revolucionaria”, so pena de quedarse sin papel… (“Por ahora…”,
porque a juzgar por el tinte que han venido asumiendo ciertas situaciones,
podrían empezar a despojarnos de otras cosas más “esenciales”).
Por
razones de Estado, no hay que andar por allí haciendo críticas, no vaya a ser
cosa que a algún “patriota” se le ocurra también como deber “nacionalista”,
pasar del plano de los insultos y las ofensas enviadas a nuestros correos
electrónicos, (caso del señor Jesús García Luengo jesusgarl@gmail.com, a quien le informo que ya no abro sus groseros correos insultándome
porque pienso distinto a él, y que se ahorre el tiempo que pasa garapateando
ofensas) al plano de la violencia física y las desapariciones forzosas.
Y a
quienes critican la crítica cuando no viene acompañada de una solución, les
digo: No hay recetario. Los engañaron si alguna vez le dijeron que lo había, y
que formaba parte de un “legado”. Nada nuevo y útil será posible dentro de las
instituciones del Estado. La única alternativa es la construcción de comunas;
pero no las que nos prescribió el chavismo con sus leyes discrecionales y
burocratizadas, sino las que surjan de los propios intereses de las personas
dispuestas al intercambio y la convivencia en comunidad. Y eso habrá de ser un día en el cual se
redima la inteligencia humana, y esta especie pueda trabajar al fin en función
de evitar su inexorable extinción.