martes, 30 de julio de 2024

LA DELGADA LÍNEA ENTRE AUTORIDAD Y AUTORITARISMO




Gladys Emilia Guevara

Ayer escuchaba la entrevista que Vladimir Villegas hacía a Juan Barreto y me preguntaba por las razones que hacen que, en Venezuela, el país donde nací y me formé, (en otras geografías el fenómeno igual ocurre, pero con otras implicaciones quizá más dolorosas porque terminan en genocidios) una persona deja de reconocer al individuo político encarnado en la palabra pueblo y lo adjetiva de terrorista, enajenado, salta talanquera, vende patria, guarimbero… Sus protestas son infundadas, otros las promueven y financian. Ese sujeto no piensa. Si no es un hijo de “papi y mami”, es un lumpen. Sólo a quien lo califica y juzga lo acompaña la razón. Él, como decía atinadamente Juan Barreto, está por encima del bien y del mal. Él sí piensa.


Afortunadamente las insurrecciones populares no se piensan desde la racionalidad institucionalista. Se sienten. Y conforme al principio anarquista, se actúa.


Y hoy, nuevamente, el pueblo venezolano comienza a actuar con dignidad. Una dignidad que a veces tiende a aletargarse, a replegarse en la creencia de que ya no volverá a reclamarle su sangre y la de sus hijos. Pero que demandante y fiera, le indica la calle y le exige que desnude su pecho para que otros sigan avanzando y conquisten reivindicaciones.


El dios de Spinoza, en quien también creo, sabe cuánto me duele expresar esta realidad, y cuánto me duele ser espectadora de escenarios violentos en donde ya se cuentan pérdida de vidas, a lo largo y ancho de nuestra geografía, sin que las lecciones del pasado en las cuales todos parecíamos haber concluido en aquello de que la soberanía residía en el pueblo, nunca fuesen entendidas ni compartidas a plenitud.


Resulta que la condición de pueblo con derechos, depende del tenor de quien gobierna o de quien siente simpatía por una u otra forma de gobernar. Para esta forma de pensamiento autoritarista, el pueblo es sólo el pueblo cuando complace sus razonamientos intelectuales o cuando se ciñe a sus intereses. Más de una vez, ante mis reclamos a aquellos “camaradas” que engrosaron las filas del poder y asumieron cargos en las instituciones públicas, recibí hostilidades y el calificativo de traidora o salta talanquera, porque no me ajustaba a los intereses del gobierno de turno. Tremenda ingratitud, según ellos, porque era el gobierno que nos había envestido de toda clase de leyes para que viviésemos mejor. Por arte y magia de un gobierno seudo socialista, quienes reclamábamos habíamos perdido ese elemental derecho, porque la generosidad de un Estado, nos había otorgado, discursivamente y en leyes que descansaban en letra muerta, nuestros derechos ciudadanos.


¿No será posible para los empleados públicos en funciones de dirección y para quienes gobiernan en Venezuela, un mínimo de coherencia? ¿Es que el miedo a perder el poder, cuando se ha obrado injusta, despótica y deshonestamente, es lo único que los lleva a reprimir el clamor popular por el respeto del derecho soberano del pueblo a regir su destino? Ese pueblo que hoy está en la calle no sigue liderazgo alguno, señores. Son los mismos que rescataron el gobierno de Chávez, sintiéndolo entonces un aliado. Son los que, sin miedo, siempre, siempre, ponen los muertos para que ustedes se monten en el poder, les rindan homenajes, esgriman eslóganes, e inmediatamente se den a la tarea de dilapidar y medrar del erario público. Ya en tiempos de Chávez repartían recursos para que sus séquitos de barraganas se hiciesen cirugías y acompañaran sus excesos. En algún momento… ¿es que no se lo esperaban? Ese pueblo “maleducado”, “grosero” y “violento” … les iba a interrumpir la fiesta.


El mérito del despertar de la dignidad no está en María Corina Machado. Ella sólo es el instrumento. Ojalá lo entienda, y si logra hacer valer el resultado electoral, no olvide jamás su sagrado deber de escuchar al pueblo. No es nada complicado cuando se opta por gobernar respetando los derechos fundamentales de los pueblos y no privilegiando los intereses de los empresarios y de las grandes corporaciones, como una vez creímos que iba a hacer el finado presidente Chávez.


Gobierno que nos desconozca, estamos obligados a quitárnoslo de encima, porque para ello somos los pobres quienes mayoritariamente ponemos los muertos.


(Agradezco a Vladimir y a Juan Barreto esa pedagógica entrevista, fue ella quien me impulsó a volver a escribir en este medio. Gracias por la empatía)