jueves, 8 de octubre de 2009

CEGUERA MENTAL

Una aproximación a los espacios de la irracionalidad
Aparejados con el desarrollo y el auge tecnológico, los problemas comunicacionales irrumpen en el escenario social de comienzos de siglo con una profusión cada vez más creciente. Respiran y conviven hasta en los más ingenuos mensajes de texto que enviamos y recibimos por nuestros celulares.

Se trata de un fenómeno cognitivo de vieja data, pero que se expande y redimensiona a través de los llamados medios de información y las nuevas técnicas de comunicación.

Ya Morris - lúcido filósofo estadounidense - lo había advertido en sus extraordinarios estudios de semiótica. No obstante el sistema político capitalista no sólo apoyó sus raíces en una concepción de mercado, sino que clavó sus fauces en los procesos cognitivos de los seres humanos y entronizó su poderío ideológico.

Pero desde mi particular punto de vista, lo más crítico del problema es su carácter epidémico y la imposibilidad del “enfermo” de percibirlo. Se trata de una suerte de ceguera mental a partir de la cual, por ejemplo, un académico – o por mejor decir, academicista – habla de investigación o pensamiento científico, pero en sus prácticas cotidianas, en su día a día, padece de problemas de centración o posee un enfoque episódico de la realidad.

Por ello es frecuente experimentar desconcierto antes ciertas respuestas que algunas personas ofrecen en el abordaje de fenómenos de índole cultural, religioso y político.

En nuestras universidades – espacios en los cuales se debería rendir culto a lo académico – casi es imposible que se produzcan discusiones o debates con algún nivel de aportaciones intelectuales. Al parecer sólo coexisten “clanes” que defienden su territorialidad, y a los cuales les es vedado el ejercicio de la inteligencia. Sus respuestas ante cualquier crítica siempre se enseñorean en el ámbito de la irracionalidad: parten de falacias, se apoyan en argumentaciones emotivas o se cobijan en perspectivas construidas por matrices ideológicas promovidas por medios de información y publicidades, y a las cuales ellos recurren sintiéndolas parte de un pensamiento original.

Hace escasos días leí en Aporrea un escrito brillante, como lo son por lo general los escritos del agudo intelectual que es Roberto Hernández Montoya. Se trataba del artículo “No comprenden nada”, el cual incursionaba sobre el tema de las fotos del joven opositor Julio Rivas.

Después de su lectura, como casi siempre me ocurre cuando leo a Hernández Montoya, celebré la agudeza intelectual del escritor, el manejo lingüístico, y sobre todo, el uso de la lógica discursiva en su argumentación. Consideré que me encontraba ante un texto digno de ser discutido en una clase de análisis del discurso, y quise compartirlo con algunos de mis compañeros de estudios universitarios.

Error garrafal. Como error garrafal es también disentir de las posturas institucionalistas de tus profesores. La “universidad” que supuestamente es un espacio para el debate de todas las ideologías, activa sus mecanismos represivos para castigar al “resentido social”, “infeliz”, “defensor a sueldo del régimen”. El libre ejercicio de la crítica es satanizado por las mentes enajenadas – incluso - de algunos de tus propios compañeros, en un intento irracional por seguir perpetuando el orden social, el cual consideran natural, casi perfecto. En nuestras universidades tradicionales se arrincona la crítica, y con ella, la posibilidad de nuevas aportaciones en materia del conocimiento y en el ámbito administrativo.

Y por supuesto, para los academicistas, es mejor no pensar. Es mejor ser “tibios”, y como dice una triste aspirante a Magíster en Lectura y escritura del Instituto Pedagógico de Caracas… “ es mejor no discutir sobre política, ponerle corazón a la vida y pintarse de colores”.

Hipocresía elemental, añadiría Hernández Montoya. Definitivamente no comprenden nada.

Pero… ¿será sólo su responsabilidad esa de no comprender? ¿No corresponde al Estado velar por la salud pública de sus conciudadanos? ¿Qué está haciendo nuestro proceso revolucionario para que cada vez una mayor cantidad de personas comprendan – al decir de Charles Morris – por qué algunos signos se hacen inflexibles al intelecto humano y cuáles son los mecanismos que impiden que un individuo descubra en sí mismo las connotaciones de tales signos?

Ojalá que un grupo significativo de los que nos hayamos comprometidos con las causas colectivistas, podamos encontrar el antídoto, y evitar a tiempo que el pensamiento superficial rompa filas también entre los jóvenes de nuestro pueblo, futuros dirigentes de una Venezuela condenada definitivamente por la historia para la emancipación.

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