A dos años de tu vuelo.
Otra vez aquí, mamá, contando los días exactos en que alejaste tu cuerpo de estos espacios terrenales en donde marzo ya no es sol ni araguaneyes, sino lluvia y unos cuantos bucares y acacias en flor.
Sin embargo, también este marzo singular -alimentado de fuertes vientos y lluvias- atiza la nostalgia y ese deseo de volver a verte aquí, junto a nosotros, presintiendo cosechas de mango entre las tupidas ramas de los árboles de tu casa.
Tu casa. Mi vieja… ¡cómo añoraste poder volver a tu casa! No a esa en donde nunca hallaste felicidad y que te envolvió en miles de compromisos enojosos, sino a la casa llena de armonía y encantos que tú soñaste para ti y para tus seres amados. La casa en donde acudirían tus hijos y los hijos de tus hijos, centro de amor y sabiduría materna. La casa llena de plantas de hojas y flores hermosas que tú exhibirías llena de orgullo. La casa.
De camino al cementerio, la voz de tu Ana, tu hermana queridísima, me devuelve tus sueños. Junto a ella viviste los momentos más hermosos de tu vida. Lo sé. Y sé además que me reclamas que la cuide y vea por ella por siempre. Y sabes bien – porque me conoces- que así será. Traigo a Ana junto a mí como tu mejor regalo, hoy a los dos años de tu partida.
Y allí, en aquella tierra feroz que te envuelve, en el seno de aquella geografía mirandina que amenaza calores, te digo: Descansa, madre, en paz. Descansa plácida en una casa infinita llena de todo cuanto reclamaba tu alma campesina. Habita todos los espacios amados, sin límite ni tiempo. Plenamente.
Yo te abro mi ser para que fundas toda tu fuerza en mí. Tu amor. Tus principios. Tu sabiduría ancestral que presentía escollos y abismos… Guía, viejita linda, mis pasos hasta el momento en que pueda llegar hasta ti, también a compartir ese descanso. Y encuentre también como tú, mi casa.
Mientras, el tránsito sigue, el trajín cotidiano dispersa a todos los que conociste en sus propios recorridos mundanos. Armónicos unos, borrascosos otros. En todo caso, necesarios. Tú lo sabes.
A todos sé que los observas. Sé lo que piensas de todos los que acompañamos tu existencia, porque para tus hijas nunca hubo secretos... Menos aún en los momentos finales, en donde los misterios de la muerte se hicieron claros para ti. Entonces ya no deseabas ni añorabas nada. Sólo observabas, cómo lo haces ahora, con infinita sabiduría. Y tus ojos, madre, en esos días previos a la muerte, se bañaban de ternura cuando te reafirmábamos nuestro amor.
Yo sonreía – feliz – cuando oía a Yely decirte: “Jose… ¿usted sabe que la quiero, verdad? Y a ella responderle: -Sí, hija, sí… Sonreía porque yo no me cansaba de decírtelo, no me cansaba de tocar tu piel y mirarla una y mil veces para no olvidarla jamás. Por allí, viejita, desfilamos todos los que no sólo te amábamos sinceramente, sino que fuimos fieles a ti en los momentos más difíciles de tu existencia.
Por eso cuando te sueño, te acercas a mí desde el contacto, desde la piel, desde el roce de las manos y el calor entrañable de tu cuerpo. Vienes envuelta en olores indescriptibles a talcos y perfumes que se aferraron a los tejidos de tu ropa. Vienes desde el silencio, rodeada de sensaciones táctiles y de perfumes.
Eso también vengo hoy a agradecerte: vengo a agradecerte, vieja que no te hayas ido de mi casa. Allí habitas aún, cada vez que quieres, y en mi casa – que tampoco es el pequeño espacio en donde vivo- me hablas desde el sueño para susurrarme mensajes que me devuelven la calma.
A tu casa, mamá, a ese lugar sagrado que no tiene lugar ni tiempo, llegan hoy astromelias, calas, rosas y claveles… Y seguirán llegando, mientras haya seres que te recordemos y una memoria genética que nombre eternamente el amor de madre y amiga que tú supiste prodigar a mares.
Hasta siempre, viejita linda… Hasta siempre.
Marzo, 2011
PD. Cesó la lluvia, vieja… Tiempo de siembra, de afanoso cultivo. Vendrán otros meses en presurosa carrera, y volverá a renacer otro mes de marzo. Y tú volverás a dibujar tu silueta en cualquier pocito de agua del camino. Siempre fuiste así: firme, constante… eterna.
Muy bella esta carta para nuestra madre.En ella se revelan magicamente los sentimientos que ella proyectaba sobre nosotras sus hijas que la amamos. Gracias por compartirla.Un abrazo.
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