“Chávez se murió, el cabildo se acabó.” Con esas sentenciosas palabras, los militares del Alto Apure
advertían a los campesinos desalojados de las tierras de “La Cañada Avileña”,
que el sueño de “Tierras y Hombres Libres” había sido sólo discurso de un
caudillo institucionalizado que afortunadamente para ellos, ya estaba muerto.
Imagino la bofetada moral a los más humildes, a los que una
vez sintieron esperanzas de que los procesos históricos de sus pueblos se
revirtieran y efectivamente triunfara la equidad y la justicia social. Imagino
el dolor de la mujer campesina, madre de los hijos y de las siembras, viendo
arder sus casas y las semillas que anunciaban una nueva cosecha. Imagino la sorpresa
de los niños ante la violencia desatada por unos militares que supuestamente
tienen el deber de resguardar a la nación, y que por una orden venida de las
alturas -de alguna gobernación o ministerio- se transforman en segundos, en una
horda de torturadores y saqueadores capaces de arrebatarles sus vidas y hasta
sus humildes pertenencias.
Imagino. Y somos capaces de imaginar porque esa situación de
desconcierto inicial la hemos experimentado antes. Luego viene la necesidad
apremiante de reflexionar.
A más de quince años,
decir que tenemos “gente infiltrada” dentro de un fulano “proceso”, no sólo
resulta ingenuo, sino atrevido. Si en quince años no hemos sabido detectar a
esos supuestos “infiltrados” y sacarlos de los lugares en donde efectivamente hacen
daño, es porque definitivamente somos negligentes o incompetentes. A no ser que
esos “infiltrados” formen parte del “pastel” que nos vendieron con aquella
farsa del socialismo del siglo veintiuno. Y que quienes nos lo vendieron
simplemente se aprendieron un discurso ancestral de reivindicación popular, que
no sólo gana votos en tiempos de crisis, sino que adormece insurrecciones que
sí van dirigidas a radicalizar conflictos de clase.
No de otro modo puede entenderse lo que le pasó a nuestro
compañero Joaquín Pérez Becerra, extraditado sin respeto a normas
internacionales y entregado al Estado paramilitar colombiano; a los cientos de
campesinos y obreros muertos por sicariato bajo la más absoluta impunidad, a
las muertes de indígenas yukpa y de su líder Sabino Romero Izarra, a la larga y
tortuosa prisión sufrida por Julián Conrado, a la extraña situación de
desprotección en la cual mantienen al compañero Asier Guridi Zaloña…
Tampoco hemos de perder de vista el estado generalizado de
negligencia y corruptela de todos los organismos públicos… ¿Eso es también
consecuencia de una guerra económica desatada por opositores o por organismos y
entidades imperiales? Probablemente esto último sí sea cierto. Nadie niega la
existencia de elementos externos que conspiran por obtener el dominio político
y económico de un país con tantos recursos mineros. No de otro modo, sino por
la voracidad del placer, minaron la salud de Cipriano Castro y lo condujeron al
sepulcro. Quizás también la voracidad del consumismo “obligó” a “estos pobres
compatriotas” a ser títeres de conflagraciones organizadas allá en el Pentágono
o en el Mossad, dirigidas ahora a revertir los pequeños avances que durante
estos últimos años los más humildes habían alcanzado en materia de derechos.
Derechos que si bien se consagraron, su solo reclamo acarreó a cientos de
venezolanos la propia vida, como fue el caso de indígenas, campesinos y obreros
que durante estos supuestos años de “revolución”, murieron tratando de que esas
leyes no fuesen letra muerta.
Claro, los organismos jurisdiccionales andan muy ocupados
investigando (a algunos, no todos) los desaparecidos de la cuarta república, y
aún no han tenido tiempo de ocuparse de los que desaparecen diariamente, ya sea
por efectos de la delincuencia organizada, la saña genocida de un grupo de
fascistas opositores o de las negligencias del Estado-Gobierno… “Confórmense
-nos dicen- antes los mataban por sus ideas. Ahora no.” Y uno siempre le nombra
a Sabino Romero Izarra que no sólo era idea, sino acción. Pero, ¿cómo se le ocurre a uno argumentar con
ese caso? Ese sólo era un indio. Y roba vacas. ¿Verdad, Nicia Maldonado? Otra
“infiltrada” colocada en el cargo, nada más y nada menos que por el mismísimo
Chávez. Misterios del socialismo del siglo veintiuno.
Ahora nos llegan noticias de Apure. Noticias que por supuesto
podemos obtener vía Internet porque los medios en manos del Estado en su
estrecha cobertura, parafrasean paradójicamente el nombre de aquel documental
irlandés sobre el 11 de abril… “La traición no será transmitida”, y se niegan a
poner sus cámaras y sus plumas al servicio de causas contrarias a lo “institucionalmente
correcto”. Un día después, afortunadamente, Aporrea no guardó silencio.
Y es por voces de campesinos que conocemos las miserias en
las que se desangran dos bandos nacidos del chavismo, los cuales arrastran, en
sus luchas por el poder, las vidas de los campesinos consagrados a la tarea del
trabajo y la producción diaria. Y de pronto, el nombre de Ramón Carrizales
establece una conexión inmediata con una situación muy trascendental: la
primera explosión de ira televisada que tuvo Chávez en contra del pueblo
humilde, en este caso en contra de un líder comunitario del Barrio “Federico
Quiroz”, Nelson Mora, quien le advertía sobre la actitud ladina y mentirosa de
su viceministro para la presidencia, nada más y nada menos que el mismísimo
Carrizales, hoy gobernador del Estado Apure y quien ordenó el desalojo de los
campesinos apureños. (Por cierto, a la esposa de éste también la “premiaron”
otorgándole el ministerio del ambiente, y algún día conoceremos a ciencia
cierta los alcances de su “labor revolucionaria” al frente de este despacho.)
A quien no recuerde el caso de Nelson Mora, aquí le dejo el
link, para que refresque la memoria, que
es lo único que puede salvar al pueblo: https://www.youtube.com/watch?v=NMMA5j4IOE8.
Como verán, no faltó pueblo que le advirtiera a Chávez sobre
la existencia de unos “alacranes” enquistados a su alrededor. Tampoco faltaron
líderes que intentaran decirle algo que él sabía de sobra, pero que entonces le
convenía silenciar. Recordemos a Luis Tascón y al General Müller Rojas. Muerto
el primero por un cáncer activado por una situación de descrédito y anulamiento
político que se fraguó sobre él por el solo hecho de levantar su voz de alerta.
Y el segundo, execrado de la confianza del “Comandante Supremo”. No venga
entonces ningún fanático a acusar al pueblo por omisiones e inconsistencias de
exclusiva responsabilidad de quienes ejercen control del Estado. Si Chávez
estuviese vivo, de seguro hoy estaría haciendo una mea culpa y asumiendo su responsabilidad en esta debacle, porque
indudablemente la tuvo. Y fue inmensa.
Pero efectivamente, tal y como dicen los militares del Alto
Apure… Chávez se murió. No caben reclamos a un difunto. Y para alegría nuestra,
el pueblo sigue vivo. Seguimos vivos también en las ciudades, a pesar del
enajenamiento de un fulano socialismo que solo fue discurso declarativo. El
pueblo venezolano sigue vivo. Esa fue también la lectura que pudimos hacer de
los videos que reseñan las voces de los campesinos, y del valiente y digno rescate
que una pequeña poblada, hizo de su compañero Luis Palacios, quien había sido
capturado por estos “valientes soldados” para “conversar con él”, como decía “dulcemente”
la esposa de uno de los “héroes”, pidiéndole a Palacios que se dejara maniatar
por sus captores.
Nunca como hoy estuvo más claro el panorama. Tal y como afirma
el compañero Yuri Valecillo: “Los días pasan y en Venezuela una elemental
síntesis indica que la cosa es gobierno y/u oposición, lo de revolución y
contra/revolución será en otra ocasión...”