jueves, 25 de octubre de 2007

El dominio de un sistema lingüístico

“Somos más palabras que hechos. O estamos hechos de palabras”
Daniel Cassany


La sabiduría popular ha legado un repertorio riquísimo de expresiones que nos remiten, de alguna manera, a considerar el lenguaje como una facultad humana que nos hace vulnerables o nos expone a equívocos o malas interpretaciones. Es así como se dice: “Por la boca muere el pez”, “A palabras necias, oídos sordos”, “Nadie diga: de esta agua no he de beber...”, “El que escupe para arriba, la saliva le cae en la cara”, “A buen entendedor, pocas palabras bastan”, “Mucho ruido y pocas nueces”, En boca cerrada no entran moscas”... Todos estos proverbios intentan destacar la fragilidad de la palabra o el valor intelectivo y polisémico que ella contempla. Esto nos lleva a reflexionar sobre la especificidad comunicativa que supone el dominio de un sistema lingüístico por parte del hombre, y el valor funcional que hemos otorgado a esta competencia.
Páez Urdaneta (1991), en un interesante análisis sobre la naturaleza de la comunicación, refiere el hecho de que durante largos años se ha sobreestimado la capacidad lingüística del ser humano en desmedro de la actividad comunicacional de otros seres vivos. Sostiene el investigador que tanto hombres como animales emplean metodologías específicas con el propósito de regular la vida de la especie, independientemente del nivel de evolución que revela cada una de ellas. Y, ciertamente, el error en el estudio de estos procesos, parece haber consistido en entender los medios de comunicación que emplean los animales, como etapas de una primitiva comunicación lingüística.
Fue este, principalmente, el afán que llevó a muchos investigadores a experimentar o describir situaciones que pudieran arrojar luces sobre la comunicación animal y el lenguaje humano. Pinillos (1977) refiere al respecto, los estudios emprendidos por Premack a partir de las experiencias proporcionadas por el aprendizaje lingüístico de la chimpancé Sara y el de una adolescente – Genie – que fue privada desde la infancia, de vivencias de carácter lingüístico. Los resultados de estas investigaciones sirven para apoyar la especificidad del lenguaje humano, ya que los esfuerzos emprendidos por enseñar a hablar a Sara, culminaron en un aprendizaje mecanicista que no evidenciaba la ejecución de una conducta lingüística. Por otra parte, el aprendizaje tardío de la facultad lingüística de Genie, alcanzó muy pronto niveles aceptables que involucraban el uso de funciones intelectivas sólo empleadas por el ser humano.
El concepto de “complejidad” atribuido al lenguaje humano, pareció entrañar para estos investigadores, un principio evolucionista que reclamaba en la comunicación animal, un proceso de desarrollo paulatino de mecanismos dirigidos a la adquisición de una comunicación lingüística. No obstante, la realización de estas experiencias aportó significativos avances en la delimitación del dominio lingüístico.
Malmberg (1974), por su parte, exploró también esta distinción entre lenguaje humano y comunicación animal. Al respecto nos dice:
Nos hace falta mencionar una característica propia de todo lenguaje humano y que, en la medida en que el autor ha podido conocer, no se ha encontrado en el sistema de comunicación de ningún animal. Se trata del carácter articulado del plano de expresión del signo, es decir: del hecho de estar constituido por figurae (fonemas, cenemas, prosodemas,etc) La invención de estas unidades vacías, sin contenido propio, de función puramente distintiva ha hecho posible la creación de un sistema de lenguaje extremadamente complejo puesto que comporta la necesidad de extender enormemente el número de signos y por ello, ad libitum, el número de mensajes.
Si bien este autor intenta utilizar un criterio delimitativo apropiado para referirse a las peculiaridades del lenguaje humano, no minimiza la complejidad que ha adquirido la comunicación de algunas especies animales. Añade además a sus afirmaciones, la idea de que el dominio del lenguaje implica un proceso de categorización y una facultad para interpretar mensajes abstractos. Este último rasgo es, quizás, el que lleva a Fraca (2003), en su formulación de la naturaleza esencialmente humanizante del lenguaje, a expresar su concepto de teoría del mundo compartido, en el cual la autora sustenta el hecho de que los seres humanos interpretan la actuación de sus congéneres como producto de estados intersubjetivos de la mente.
Si el hombre, como apunta Fraca, es el lenguaje y éste último constituye la facultad que imprime humanidad a los individuos, la comunicación lingüística debe poseer propiedades intelectivas que supongan un alto grado de socialización, para hacer posible la construcción de procesos de individuación en los seres humanos.
Y es precisamente en este punto de la reflexión, en donde fijamos nuestro interés en evaluar la función que los humanos le atribuimos a la palabra, empleando para ello adagios que surgen de la memoria colectiva de los pueblos, y que se insertan dentro del marco de los saberes populares.
En un primer momento, resulta revelador el destacar aquellos proverbios que enfatizan la facultad humana de contener la palabra: “Nadie diga: de esta agua no beberé”, “En boca cerrada no entran moscas”... Al respecto, Luhman (1991) sostiene que: “Sólo puede controlar su conducta lingüística aquel que también sabe callar”. La comunicación humana supondía niveles de selectividad que capacitan al hombre para formular una respuesta literal, una respuesta crítica, e incluso lo “entrenan”para el silencio. Para Luhman la comunicación humana sólo puede ser entendida como un proceso autorreferencial. Según esta perspectiva, sólo es posible un proceso comunicativo, cuando existen dos interlocutores “que se pueden referir uno al otro y, por medio de uno y otro, a ellos mismos”.
En un segundo orden encontramos los refranes que nos alertan sobre - al decir del mismo Luhman – “cuotas más o menos altas de pérdida por falta de comprensión y una producción de desperdicio”. En este ámbito ubicamos las sentencias populares que condenan el exceso de palabras o la falta de tino en su formulación: “Mucho ruido y pocas nueces”, “El que mucho habla, mucho se equivoca”, “El que escupe para arriba...” La falta de adecuación del procesador de información a su contexto socio-cultural, así como la verborragia o exceso de palabras, aparecen cuestionadas a partir de estos conocimientos colectivos.
Y en una tercera consideración funcional ubicaríamos aquellos proverbios que sugieren la agudeza intelectual en la aprenhensión de referentes o esquemas socio –culturales intersubjetivos, que permiten la brevedad y concisión del discurso, enmarcada en un dominio de la situación contextual de los interlocutores. En esta línea se encontrarían expresiones tales como: “A buen entendedor, pocas palabras bastan”, “Una mirada vale más que mil palabras”...
En cualquiera de estas tres condiciones, la sabiduría que subyace en las sentencias populares, rescata el concepto de que somos, en esencia, producto del pensamiento, y que sumergidos todos en este apasionante ejercicio del lenguaje, nuestros actos son la brújula de nuestra racionalidad y de nuestra adaptación al contexto socio cultural que nos corresponde transitar.


REFERENCIAS


Fraca, Lucía (2003) Pedagogía Integradora. Caracas: Editorial CEC, SA.
Luhman, Niklas (1991) Sistemas Sociales: Lineamientos para una teoría general. México: Universidad Iberoamericana-Alianza Editorial.
Malmberg, Bertil.(1974) Lingüística estructural y Comunicación Humana. Madrid: Editorial Gredos.
Páez Urdaneta, Iraset (1991) Comunicación, lenguaje humano y organización del código lingüístico. Valencia, Venezuela: Vadell Hermanos Editores.

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