Creo que nada hay más importante en este mundo, cuando de crecimiento humano se trata, como el mirar atrás y observar el camino recorrido. Es maravilloso poder hacerlo cuando se dispone de las herramientas suficientes para ello, y cuando el camino -como siempre ocurre en la mayoría de los seres humanos- te ha brindado coherentes y sucesivos mensajes que has logrado descifrar a tiempo.
Confieso que nadie me ha enseñado tanto en los escabrosos senderos de mi vida como lo han hecho mis hijos y mis amigos. No hay maestros más eficaces que ellos, porque unos y otros acompañan toda tarea que emprendes: los hijos, como jueces silentes de tus decisiones, y en consecuencia, en condición de compromiso parental ineludible que te lleva a calibrar concienzudamente todo paso que das; y los amigos, en esa mágica y celestial manera de escuchar y decir la palabra necesaria que siempre te salva, que siempre te devuelve la vida…
Los padres pueden llegar a ser sólo eso, o convertirse adicionalmente en tus amigos. Entonces la experiencia es aún más hermosa, y el recorrido, infinitamente más productivo desde el punto de vista de la trascendencia humana. La armonía con los padres es la mejor señal de crecimiento evolutivo.
Mariana: yo los he amado con igual intensidad y de una forma infinitamente particular a cada uno de ustedes. Y digo que en forma diferenciada, porque las circunstancias en que pude desplegar mi acción filial, fue diversa. Quizás uno de ustedes, con sus características particulares y sus choques con la vida, ha hecho posible que mi instinto de protección florezca con mayor profusión que en otros que no lo han requerido, o que yo haya exagerado mis regaños en la formación de otro.
De todo eso me doy cuenta – de manera integral- cuando miro atrás y evalúo mi actuación. Pero como humanos y como padres, no nos está dado por ahora ese pensamiento inteligente que nos permitiría avizorar todas y cada una de las consecuencias de nuestras actuaciones en los frágiles espíritus de nuestros hijos. Menos aún a mí, Nana querida, que he tenido que lidiar duro y sola en la difícil tarea de formarlos.
Sé además que esas debilidades que me han llevado a dar la impresión en alguno de ustedes que quiero más o menos a uno u a otro, es una astilla que llevan clavada en el corazón, y que a veces -y ante el más leve movimiento- sangra.
¡Cómo quisiera disipar ese y cualquier sentimiento doloroso que yo pueda haberles ocasionado! Pero sé que sólo será posible cuando ustedes tengan ocasión de echar la vista atrás y calibrar sus propios recorridos. Entonces quizás las lágrimas de ayer en el umbral de tus dieciocho años, te hagan sonreír, y pensar en la infinita felicidad que nuestra familia, pese a naturales percances y vicisitudes, alcanzó a construir.
Sé que buena parte de tus lágrimas tienen asidero allí… Y la otra porción, en tu miedo a vivir. Por eso quise hoy escribirte y contarte un poco cómo la coherencia vital de nuestras acciones, puede arrojar ese saldo positivo que te permita sonreír cuando evalúes cada tramo de tus recorridos.
En ellos verás infinidades de errores, y en el que los percibas estará precisamente la magia del crecimiento. Decisiones extemporáneas, malas selecciones, falta de previsión, equívocos circunstanciales, ruidos comunicacionales… Y quién sabe qué cúmulo inmenso de enredos en los que los seres humanos solemos estancar nuestros pasos y aferrarnos absurdamente sin permitirnos una explicación racional y objetiva de cada suceso, la cual haga posible que no exista problema alguno y que continuemos la marcha.
A veces, hija, me ha tocado reconocer que algo me duele, sólo porque afecta mi ego. Darme cuenta de eso no ha sido fácil. Construyo mil argumentos en mi defensa, pero mi conciencia inexorablemente me señala la verdad de mi condición humana, en ocasiones egoísta… ¡Ah! Pero entonces es cuando más me conozco, más converso conmigo misma y más trato de darme ocasión de observar la situación desde una perspectiva distinta a la mía. Por eso puedo acercarme a las personas, zanjar disputas, reconocer errores… y seguir la marcha.
Al final, Mariana, y a mis casi cinco décadas de vida, he comprendido que libramos una batalla desaforada por llegar a conocernos, y cuando apenas lo estamos logrando, aún tenemos abierta una batalla no menos hercúlea en la convivencia con el resto de los seres humanos, y en consecuencia, con los compromisos asumidos con y desde el colectivo. Nuestro trabajo, nuestras convicciones ideológicas…
Pero es maravilloso vivir y poder dar cuenta de ello. Es maravilloso tener hijos y sentirlos tus amigos.
Ustedes tres han sido el mejor regalo que la vida haya podido darme como instrumento de crecimiento personal. Yo he logrado conocerme gracias a ustedes, y gracias a todos esos amigos que a veces han estado dentro de mis propios consanguíneos, pero que en la mayor parte de las ocasiones los he hallado en el huracán imponente del destino, ofreciéndome siempre un hombro, una mirada, o tan solo una palabra de aliento.
Que la vida te depare siempre amigos, que por ellos siempre sea hermosa tu existencia, y que alguna vez cuando yo ya no esté físicamente a tu lado, puedas detenerte, mirar hacia atrás, observar el camino que hicimos juntas, y sonreír satisfecha sintiendo que tuviste en tu madre la mejor amiga del mundo.
Yo siempre te miraré feliz y orgullosa de quién eres y de quién seas… Feliz cumpleaños, hija.
10 de julio de 2011
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