miércoles, 23 de noviembre de 2011

Las ciudades interiores y los espacios de la melancolía en Teresa de la Parra

Bajo la escritura limpia y precisa de Fernando Guzmán, Teresa de La Parra vuelve a hablarnos desde aquel espacio-tiempo que ella reconstruyó para re significar su realidad y la de los suyos, vuelve a manifestar su insatisfacción por las convenciones sociales, a sufrir la vitalidad perdida, a aislarse de lo profano en un sanatorio para tuberculosos y a diluir su dolor en el acto creador. Ahora bajo la mirada de un crítico que se afana en percibir regularidades, y que categoriza la expresión verbal de la escritora para describir un espacio vital, que en el caso de la producción artística, trasciende lo individual para convertirse en auténticamente humano.

Cualquier reconstrucción artística de la realidad hecha a partir de la percepción de mundos psíquicos o “ciudades interiores”, sugiere intenciones que configuran aspectos clave en la vida del escritor, ya que la naturaleza del hecho literario es social, y surge de la tendencia innata de los seres humanos para conferirle sentido a su realidad y a la realidad de sus congéneres, con un propósito consciente o inconsciente de cohesión grupal.

Por ello hurgar en el génesis del discurso literario es siempre una exploración fascinante que nos devuelve un poco de nosotros mismos. Tal y como lo señala Searle, la forma más simple de un acontecimiento social revela formas también simples de conductas colectivas, las cuales son indiscutiblemente biológicas y actúan siempre como mecanismo de adaptación.

Las ciudades interiores y los espacios de la melancolía en Teresa de la Parra  nos sumerge en un ámbito pocas veces visitado por los críticos, y cuya referencia sólo se formula como anecdotario para aludir aspectos autobiográficos inherentes en las obras literarias.  El ensayo de Fernando Guzmán nos hace cruzar el umbral de lo aparentemente obvio para encontrar hallazgos lingüísticos que no sólo son recurrentes en la producción

artística de la joven escritora venezolana, sino que suelen enseñorearse en los escritos de todos los seres humanos sujetos a una de “las cuatro contingencias descritas por Buda” y referida por el autor de la obra: la enfermedad.

En esta nueva lectura el autor no sólo explora las producciones literarias de Teresa de La Parra, particularmente Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca, sino que avanza meticuloso auscultando el diario y las cartas de la escritora para acompañar  y constatar la función epistemológica de la escritura, que en la autora venezolana actúa más que en ningún otro artista de la palabra, como un ritual de adaptación, en virtud de la proximidad de la muerte. Una vez más la literatura, como hecho social intencional, tiende su poder cohesivo, en la medida en que puede convertirse en vehículo de una actitud vital gestada a partir de la persistencia de ciertas condiciones objetivas que estructuran la conciencia.

También corrobora Guzmán en su empresa, el poco alcance de la perspectiva literaria que clasifica tendencias o movimientos artísticos cuando el resorte vital del acto creador entre otros “detonantes” se encuentra fundamentalmente impactado por la enfermedad.

Y he aquí uno de los mayores méritos de la obra Las ciudades interiores y los espacios de la melancolía en Teresa de la Parra de Fernando Guzmán: las implicaciones que este estudio tiene en la asignación de funciones que nuestra sociedad ha venido otorgándole al discurso literario, y que pudiera estar condicionando la forma en que actualmente hacemos mediación de los discursos literarios, y en consecuencia, producimos el acercamiento o distanciamiento de los colectivos sociales al sistema institucional que se ha erigido en torno a la comunicación literaria.

Y precisamente en el marco de la comunicación literaria, quizás la visita que Guzmán hace a una escritora tan afamada y de quien tanto se ha dicho y se ha escrito, tiene mucho de hazaña y osadía. Hablar de su escritura bajo el prisma de la enfermedad, no es otra cosa que rescatar la intencionalidad colectiva intrínseca de la que la nos habla Searle en una de sus  última obras, La construcción de la realidad social, y la cual constituye según el filósofo y lingüista norteamericano, una de las principales condiciones para que un hecho social logre institucionalizarse.

Rescatar la literatura como acto de habla ritual que lleva inmerso un sentido de adaptación y de cohesión y reinstalar una lógica comunicativa de carácter literario, en donde la obra literaria sea expresión de lo universalmente humano bajo el uso diverso de los símbolos socio-culturales y las metáforas que somos capaces de construir, son tareas en las cuales la crítica y la teoría literaria tienen mucho que explorar y mucho que decir aún. Por eso, la obra que hoy nos entrega Fernando Guzmán constituye no sólo un acierto retórico de carácter argumentativo, sino también una contribución fresca y auténtica que permite una aproximación seria a los vínculos entre los procesos orgánicos patológicos de los seres humanos y el acto creador.

Queda aún abierto el sendero para que desempolvemos los viejos catalejos y comencemos a acercarnos a ese espacio aún no revelado de la interioridad humana que constituye la creación literaria. Y quizás haga falta hacerlo con esas herramientas primarias que la humanidad construyó, alejados del aparataje tecnológico que nos ha vendido el progreso contemporáneo, porque el origen del acto verbal creativo y esencial, es quizás una de las acciones más sencillas de las que todos los seres humanos podemos ser portadores.

Fernando Guzmán nos lo demuestra en esta sencilla pero profunda aproximación a los procesos de producción escritural de nuestra Teresa de La Parra.


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