"No soy
un Libertador. Los Libertadores no existen. Son los pueblos quienes se liberan
a sí mismos"
Ernesto Che Guevara
Mucho se ha escrito, aunque
paradójicamente poco se conozca y se promueva discusión, sobre los
estragos inmensurables que ejerce el
discurso asumido desde el poder autoridad, desde el poder jerárquico que
subrepticiamente pretende crear la realidad que nombra. Y aunque este fenómeno
social forma parte de nuestra vida cotidiana, de nuestra vida familiar y
relaciones interpersonales, de la cultura mediática impuesta por el desarrollo
tecnológico; la escuela siempre ha revelado su pervertida afición a ignorar
todo lo trascendente y a lanzarnos maquiavélicamente en el torrente
"noticioso" de una realidad –mágica y fantasmal− que termina
imponiéndose por sobre el proceso natural del pensamiento crítico del ser
humano.
De allí que nuestra cognición, presa
en las representaciones culturales de nuestros grupos familiares y comunitarios,
sea reforzada y modelada por unos medios de comunicación social altamente
tecnificados que nos imponen fórmulas básicas de pensamiento y llegan a impedir
con la naturalización de ciertas palabras, frases esquemáticas, formas falsas
de argumentación y determinadas perspectivas de pensamiento, el libre uso de la
imaginación y la reflexión racional.
Lamentablemente y para nuestro pesar,
el discurso político instaurado en la llamada V República adolece del mismo mal
que señalábamos en nuestros contrarios: los líderes del proceso bolivariano de
principios del siglo XXI –abanderados fundamentalmente por el discurso del
fallecido Comandante Chávez, y entrampados también en los atajos electoreros y
proselitistas que suele tomar el poder ejercido desde la autoridad− han venido
promoviendo en la población venezolana la ilusión de autonomía, el espejismo de
ser dueños de nuestros pensamientos y decisiones; al mismo tiempo que contradictoriamente
nos alimentan la necesidad apremiante de contar con "expertos",
"especialistas del discurso", "intelectuales de izquierda" o
"verdaderos y probados revolucionarios" que nos "ayudan" a
abordar la "realidad" de forma "correcta".
Y abordar la realidad de forma
"correcta" termina convirtiéndose en la adopción de una terminología,
en el uso de una fraseología característica a la cual nos adherimos pasivamente
para sentirnos tranquilos, y que en caso contrario nos transforma en culpables,
traidores a un líder o a un supuesto proceso revolucionario que siempre se encuentra
asediado cual fortaleza, y en consecuencia, no admite el disenso ni la crítica,
so peligro de poner en riesgo los logros alcanzados.
Según esa lógica del poder –que en
nada difiere con la desarrollada por el pensamiento derechista− el pueblo
necesita "formación" para adquirir una fulana "conciencia"
conveniente a los intereses del grupo que
ejerce en este caso el dominio político y económico. Y por supuesto, este
ciudadano ideal y "consciente" debe ir a las urnas a votar por el candidato pretendidamente
"antiimperialista", quien le garantizará "la mayor suma de
felicidad posible" y que impedirá que "Los Otros" vuelvan al
poder para ejercerlo desde su personal usufructo. No importa que la realidad
inmediata nos diga también que en el 2012 nuestros funcionarios "rojo
rojitos", atornillados en sus cargos por "la fuerza avasalladora de
una segunda y definitiva independencia", convertidos de pronto en
"víctimas" de "poderes oscuros" que atentan contra la
"revolución", (empresas de maletín que no tienen nombre, y en
consecuencia, tampoco sanción) nos conculcaran la módica suma de veinte mil millones
de dólares destinados a actividades no asociadas a la producción. Pequeño error
que por supuesto no se va a volver a repetir, comprometidos − ¡ahora sí!− con
la pretendida búsqueda de emancipación económica que durante catorce años se
nos dijo discursivamente que estaba en marcha.
Las fórmulas discursivas generadas
por el chavismo duermen la imaginación y la reflexión, hablan por nosotros y
nos desmovilizan. La culpa siempre debemos encontrarla en "El Otro". Los "errores" del chavismo también
vienen "preñados de buenas intenciones" como los de la derecha
venezolana. Y ante cualquier circunstancia "sobrevenida" en la cual
peligre "el proceso" (es
decir, las instituciones en las cuales debemos confiar automática y
pasivamente) siempre estamos "rodilla
en tierra con el Comandante". Pero que del puro cansancio y el desgaste ético, no sólo reclinamos una
rodilla, sino que postramos las dos en tierra y ahora quedamos a merced de las
dádivas institucionales. Sin poder alguno para ejercer la crítica, y con casi
total desmovilización por parte de los colectivos sociales.
La figura histórica de aquel
presidente-pueblo que construyó ciertamente un discurso coherente frente al
saqueo económico imperialista al cual era sometido nuestro país y que nos
conminaba a pasar por encima de las instituciones cuando estas dieran muestras
de su disfunción, fue disolviéndose poco a poco, edulcorada por un corazón
electorero, irrespetuosamente tricolor que nos interpelaba los sentimientos y
no la razón.
Y ese Chávez que conocimos biznieto de
Maisanta, hijo del pueblo en lucha, de pronto pasó de ser hijo a convertirse en
Padre, con toda y las implicaciones jerárquicas que este rol constituye. Otro
Padre Libertador. Y se transformó en el Líder Supremo, el Comandante Infinito,
el Gigante Eterno… que clamaba y sigue clamando, no a nuestras conciencias, sino
directamente a nuestros sentimientos: "Rodilla en tierra, unidad, unidad,
unidad de los patriotas!", mientras muchos no acabamos de entender −en
vista de tantos cabos sueltos en la administración pública, y sobre todo en el manejo
de la política económica− qué entendía realmente el fallecido Presidente por
"patriotas", y si esa denominación −en caso de tener una connotación
positiva− tiene algo que ver con una pretendida lealtad popular automática con
los funcionarios adscritos a la gerencia
local, estadal y nacional del gobierno chavista.
Debemos pues concluir que el discurso
erigido como política comunicacional de los gobiernos que hemos conocido −tanto
de derecha como el que fomentan los gobiernos que dicen representar el pensamiento
izquierdista− parten de la misma matriz de subestimación del pueblo. Ambos
dudan de nuestro sentido común y de nuestra habilidad y capacidad de ejercer el
pensamiento racional y la imaginación. Ambos creen que ellos deben ir
"guiando" nuestras perspectivas de pensamiento para que actuemos de
acuerdo a lo que las fórmulas dicen, esquemas que por supuesto favorecen a élites
dominantes.
Ninguna de estas dos formas
aparentemente contrarias de gobierno, cree que debemos transformar el concepto
que tenemos de escuela, y que debemos dejar de "adiestrar ciudadanos"
para comenzar a desarrollar verdaderos y
auténticos seres humanos que imaginen nuevas y mejores formas de relacionarse y
hagan posible la existencia de futuros hombres y mujeres que destierren de una
vez y para siempre la explotación humana y la depredación del medio ambiente.
Ninguno de los dos bandos contendores
ha podido renunciar a su poder de interpelación policíaca y religiosa, el cual se
vale del uso de una cierta retórica ante la cual nadie nos pone alerta: ni en
nuestros hogares, ni mucho menos en la escuela, conscientes estas mismas
instituciones sociales del riesgo de perder su poder controlador y modelador
sobre nosotros.
Por ello vemos incorporarse, por
ejemplo, dentro del lenguaje cotidiano el término fascista, vaciado
completamente de su sentido real y empleado sólo como "palabra
choque", retórica que está intencionalmente dirigida a la activación del
pensamiento binario y maniqueísta: revolucionarios contra fascistas, chavistas
contra "escuálidos", patriotas contra testaferros o "cachorros
del imperio", buenos contra malos…
¿Es suficiente con desenmascarar estos códigos al servicio
del poder, detrás de los cuales vuelve a ocultarse, ladinamente e
indistintamente de las tendencias ideológicas que dicen representar, la misma lógica
de la dominación? ¿Cómo logramos instaurar nuevos códigos desde el poder
colectivo y en función de nuestra propia transformación?
Nuestra opinión firme, plena
como la luna llena, irrevocable, absoluta, total… es que no hay Padre
Libertador, ni institución, ni
pensamiento institucionalizado que adelante esta empresa creativa. Sólo el
pueblo organizado tiene y tendrá la capacidad de vencer su credulidad y
recuperar su poder de diálogo y su propia y legítima palabra. Una palabra que
preña, precursora de la otra comunicación y de la "otra política".
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