miércoles, 12 de junio de 2013

La ilusión de las palabras o cómo modelar sujetos "sujetados"


"No soy un Libertador. Los Libertadores no existen. Son los pueblos quienes se liberan a sí mismos"
Ernesto Che Guevara

Mucho se ha escrito, aunque paradójicamente poco se conozca y se promueva discusión, sobre los estragos  inmensurables que ejerce el discurso asumido desde el poder autoridad, desde el poder jerárquico que subrepticiamente pretende crear la realidad que nombra. Y aunque este fenómeno social forma parte de nuestra vida cotidiana, de nuestra vida familiar y relaciones interpersonales, de la cultura mediática impuesta por el desarrollo tecnológico; la escuela siempre ha revelado su pervertida afición a ignorar todo lo trascendente y a lanzarnos maquiavélicamente en el torrente "noticioso" de una realidad –mágica y fantasmal− que termina imponiéndose por sobre el proceso natural del pensamiento crítico del ser humano.

De allí que nuestra cognición, presa en las representaciones culturales de nuestros grupos familiares y comunitarios, sea reforzada y modelada por unos medios de comunicación social altamente tecnificados que nos imponen fórmulas básicas de pensamiento y llegan a impedir con la naturalización de ciertas palabras, frases esquemáticas, formas falsas de argumentación y determinadas perspectivas de pensamiento, el libre uso de la imaginación y la reflexión racional.

Lamentablemente y para nuestro pesar, el discurso político instaurado en la llamada V República adolece del mismo mal que señalábamos en nuestros contrarios: los líderes del proceso bolivariano de principios del siglo XXI –abanderados fundamentalmente por el discurso del fallecido Comandante Chávez, y entrampados también en los atajos electoreros y proselitistas que suele tomar el poder ejercido desde la autoridad− han venido promoviendo en la población venezolana la ilusión de autonomía, el espejismo de ser dueños de nuestros pensamientos y decisiones; al mismo tiempo que contradictoriamente nos alimentan la necesidad apremiante de contar con "expertos", "especialistas del discurso", "intelectuales de izquierda" o "verdaderos y probados revolucionarios" que nos "ayudan" a abordar la "realidad" de forma "correcta".

Y abordar la realidad de forma "correcta" termina convirtiéndose en la adopción de una terminología, en el uso de una fraseología característica a la cual nos adherimos pasivamente para sentirnos tranquilos, y que en caso contrario nos transforma en culpables, traidores a un líder o a un supuesto proceso revolucionario que siempre se encuentra asediado cual fortaleza, y en consecuencia, no admite el disenso ni la crítica, so peligro de poner en riesgo los logros alcanzados.

Según esa lógica del poder –que en nada difiere con la desarrollada por el pensamiento derechista− el pueblo necesita "formación" para adquirir una fulana "conciencia" conveniente a los intereses del grupo  que ejerce en este caso el dominio político y económico. Y por supuesto, este ciudadano ideal y "consciente" debe ir a las urnas  a votar por el candidato pretendidamente "antiimperialista", quien le garantizará "la mayor suma de felicidad posible" y que impedirá que "Los Otros" vuelvan al poder para ejercerlo desde su personal usufructo. No importa que la realidad inmediata nos diga también que en el 2012 nuestros funcionarios "rojo rojitos", atornillados en sus cargos por "la fuerza avasalladora de una segunda y definitiva independencia", convertidos de pronto en "víctimas" de "poderes oscuros" que atentan contra la "revolución", (empresas de maletín que no tienen nombre, y en consecuencia, tampoco sanción) nos conculcaran la módica suma de veinte mil millones de dólares destinados a actividades no asociadas a la producción. Pequeño error que por supuesto no se va a volver a repetir, comprometidos − ¡ahora sí!− con la pretendida búsqueda de emancipación económica que durante catorce años se nos dijo discursivamente que estaba en marcha.

Las fórmulas discursivas generadas por el chavismo duermen la imaginación y la reflexión, hablan por nosotros y nos desmovilizan. La culpa siempre debemos encontrarla en "El Otro".  Los "errores" del chavismo también vienen "preñados de buenas intenciones" como los de la derecha venezolana. Y ante cualquier circunstancia "sobrevenida" en la cual peligre  "el proceso" (es decir, las instituciones en las cuales debemos confiar automática y pasivamente)  siempre estamos "rodilla en tierra con el Comandante". Pero que del puro cansancio  y el desgaste ético, no sólo reclinamos una rodilla, sino que postramos las dos en tierra y ahora quedamos a merced de las dádivas institucionales. Sin poder alguno para ejercer la crítica, y con casi total desmovilización por parte de los colectivos sociales.

La figura histórica de aquel presidente-pueblo que construyó ciertamente un discurso coherente frente al saqueo económico imperialista al cual era sometido nuestro país y que nos conminaba a pasar por encima de las instituciones cuando estas dieran muestras de su disfunción, fue disolviéndose poco a poco, edulcorada por un corazón electorero, irrespetuosamente tricolor que nos interpelaba los sentimientos y no la razón.

Y ese Chávez que conocimos biznieto de Maisanta, hijo del pueblo en lucha, de pronto pasó de ser hijo a convertirse en Padre, con toda y las implicaciones jerárquicas que este rol constituye. Otro Padre Libertador. Y se transformó en el Líder Supremo, el Comandante Infinito, el Gigante Eterno… que clamaba y sigue clamando, no a nuestras conciencias, sino directamente a nuestros sentimientos: "Rodilla en tierra, unidad, unidad, unidad de los patriotas!", mientras muchos no acabamos de entender −en vista de tantos cabos sueltos en la administración pública, y sobre todo en el manejo de la política económica− qué entendía realmente el fallecido Presidente por "patriotas", y si esa denominación −en caso de tener una connotación positiva− tiene algo que ver con una pretendida lealtad popular automática con los funcionarios adscritos a  la gerencia local, estadal y nacional del gobierno chavista.

Debemos pues concluir que el discurso erigido como política comunicacional de los gobiernos que hemos conocido −tanto de derecha como el que fomentan los gobiernos que dicen representar el pensamiento izquierdista− parten de la misma matriz de subestimación del pueblo. Ambos dudan de nuestro sentido común y de nuestra habilidad y capacidad de ejercer el pensamiento racional y la imaginación. Ambos creen que ellos deben ir "guiando" nuestras perspectivas de pensamiento para que actuemos de acuerdo a lo que las fórmulas dicen, esquemas que por supuesto favorecen a élites dominantes.

Ninguna de estas dos formas aparentemente contrarias de gobierno, cree que debemos transformar el concepto que tenemos de escuela, y que debemos dejar de "adiestrar ciudadanos" para comenzar a  desarrollar verdaderos y auténticos seres humanos que imaginen nuevas y mejores formas de relacionarse y hagan posible la existencia de futuros hombres y mujeres que destierren de una vez y para siempre la explotación humana y la depredación del medio ambiente.

Ninguno de los dos bandos contendores ha podido renunciar a su poder de interpelación policíaca y religiosa, el cual se vale del uso de una cierta retórica ante la cual nadie nos pone alerta: ni en nuestros hogares, ni mucho menos en la escuela, conscientes estas mismas instituciones sociales del riesgo de perder su poder controlador y modelador sobre nosotros.

Por ello vemos incorporarse, por ejemplo, dentro del lenguaje cotidiano el término fascista, vaciado completamente de su sentido real y empleado sólo como "palabra choque", retórica que está intencionalmente dirigida a la activación del pensamiento binario y maniqueísta: revolucionarios contra fascistas, chavistas contra "escuálidos", patriotas contra testaferros o "cachorros del imperio", buenos contra malos…

¿Es suficiente con desenmascarar estos códigos al servicio del poder, detrás de los cuales vuelve a ocultarse, ladinamente e indistintamente de las tendencias ideológicas que dicen representar, la misma lógica de la dominación? ¿Cómo logramos instaurar nuevos códigos desde el poder colectivo y en función de nuestra propia transformación?

Nuestra opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total… es que no hay Padre Libertador, ni  institución, ni pensamiento institucionalizado que adelante esta empresa creativa. Sólo el pueblo organizado tiene y tendrá la capacidad de vencer su credulidad y recuperar su poder de diálogo y su propia y legítima palabra. Una palabra que preña, precursora de la otra comunicación y de la "otra política".


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