Del Caribe viene abuela,
a cuidar de la Martina.
Vuela desde Venezuela
a abrazar la pequeñina.
Martina es niña chilena
de padres venezolanos:
Abeja de esta colmena
Desde sus pasos lejanos.
La tierra llama certera
a los hombres, hermanos;
pero al cruzar la frontera,
se tratan como villanos.
Por eso abuela tardó,
en abrazar a Martina
Sólo en fotitos la vio
Ojos grises, serpentina.
Y armada de mil canciones
Y con dos títeres viejos,
Se creyó dueña del cielo,
feliz, sin preocupaciones.
Y aunque llena de sonrisas,
dulzona y con mucho «swing»,
La bebecita hacía trizas,
los nervios de una perdiz.
Terremoto era Martina,
con dulcito de café;
una niña bailarina
de cumbia y merecumbé.
Una artista del trepado,
La dueña del yo sé que…
que nunca se ha preparado
cuando se pide comer.
La abuela entra en apuros:
“¡Ni el baño, ni la cocina,
son lugares muy seguros
para que juegues, Martina!
Martina empuja su silla.
Y allá se va: ¡a la cocina!
Abre la olla, ríe y rechina
Y derrama la mantequilla.
“Estate quieta, Martina”,
Dice la abuela pasito,
mientras ríe la minina
haciendo como gatito.
La ataja al son del rapel
Llora, llora, majadera,
hace tapón de papel
con agua de la heladera.
Al rato sube a la mesa,
“No hay quien te aguante,
¡Señor!
Martina, niña traviesa,
Dame descanso, mi amor”
Y en eso la tía responde,
¡Llena de juicio casero!
“Denle como corresponde,
su juguete mañanero”.
Y encajada en su muñeca
hecha de trapos por tía,
por fin la niña se seca
las lágrimas de porfía.
Y es así como este cuento,
termina en un dos por tres:
la vida es solo un momento
que no podemos perder.
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