Dicen los enamorados de la palabra pronunciada, los que hurgan en el acto de habla el verdadero misterio del verbo, que la voz involucra el cuerpo. Dicen que hablar, en el mágico juego de la expresión auténtica, reproduce todos los tonos sensoriales posibles a los que puede acceder el alma humana. Dicen – incluso- que los testimonios enunciados son casi siempre una confidencia íntima, en la insoslayable maravilla de la imaginación, y que ella es el soporte único para poder encontrar las conexiones racionales en todos los hechos que nos rodean.
Eso dicen…
Y eso nos dice una y otra vez en sus sucesivas publicaciones Trapos y Helechos, convertida desde hace más de tres décadas en fuente inagotable para beber las palabras.
Su hacedor, su artífice, conoce el arte de la perseverancia. Sí, porque Trapos y Helechos antes de ser un impreso que reverenciaba la oralidad y la belleza artística, se maceró en la lenta pero acuciosa experiencia vital de Antonio Trujillo. Su nombre mismo, hecho de jirones viejos y de naturaleza, surgió de los caminos transitados por Antonio, por allá por los senderos florecidos de la geografía altomirandina, viajero eterno de la niebla en el sagrado ejercicio de la poesía y de la crónica.
Por eso Trapos y Helechos no podía respirar otro aliento que el de la oralidad, ni podía nutrirse de un alimento distinto al que le ha proporcionado siempre la poesía en labios del comunero, en la palabra cincelada de poetas y escritores conscientes de las miles de voces antiguas que pueblan sus cantos, sus historias y sus ensayos, o en la proyección fotográfica de un pasado detenido en un instante eterno que tiene música, olores y sensaciones táctiles para el que mira, escucha y siente imágenes, cada espacio testimonial o simplemente experimenta la magia ritual de un poema.
¿Quién que haya abierto las páginas de cualquier número de Trapos y Helechos no se ha sentido de pronto azotado por coletazos de neblina? ¿Quién, frente a un retrato al daguerrotipo no ha percibido olor a gomina? Y todo gracias al efecto maravilloso de una publicación en blanco y negro, y de un espacio vital que interroga nuestro propio y particular pasado a través de la expresión sencilla del pueblo de San Antonio de Los Altos.
¿Y cómo puede el texto impreso dar razón de la enunciación, y activar en nosotros la percepción del espacio-tiempo humano en el concierto armónico de tantos códigos? ¿En qué instante y a través de qué mecanismos el poeta trasmuta en cronista, y se hace editor, venciendo obstáculos ingentes durante más de tres décadas y realizando el acto cristiano – tal y como él mismo lo define- de regalarnos una revista única en su estilo y excepcional en su propósito? ¿Cómo escapa Antonio al apresuramiento editorialista y a la ilusión del ultra modernismo? ¿Y cómo desde los vestigios dispersos y los verdes helechos altomirandinos, Trapos y Helechos hace reseña de lo nacional y se hace universal?
Todas las respuestas descansan en esa maravillosa manifestación humana que hoy nombramos como literatura, y a la que pretendemos asir en el texto impreso, pero que siempre se escapa y va más allá de él porque se origina en la insaciable capacidad de los hombres por interiorizar la realidad y simbolizarla.
Antonio Trujillo comprendió hace ya mucho tiempo que la literatura siempre desafía el canal que la contiene, y con la dedicación del artista, la hizo acompañar de nuevos códigos. Por ello guarda para ella el blanco y negro de la imagen y huye de la retórica verbal y visual que el falso progreso impuso en los finales de siglo veinte y los albores del siglo veintiuno. De ese modo siempre nos recuerda su origen mítico y sagrado.
Y no sólo se conformó con eso, Antonio siempre se exigió una calidad especial para sus páginas. En ocasiones, pliegos de papel de mayor grosor, agradables a la vista y al tacto, hojas lisas y brillantes… erigidas siempre en reproches vivientes de su propia preparación, pero en sí mismas y de acuerdo con lo impecable del impreso, absolutamente irreprochables.
Y tal es el milagro que brota de tanto empeño editorial, que declarándose el poeta editor vencido ante el avance incesante del desarrollismo, el cual se oculta bajo el concepto de modernismo, sólo la poesía es capaz de sentenciar -ceñuda y lapidaria- a través de la voz del mismo Antonio, la desacralización de esa humanidad que olvidó su origen:
Ustedes ganaron:
constructores, comerciantes,
munícipes sin leyes
ni ordenanzas
para los ojos del paisaje.
Y nosotros vencidos frente
a la orfandad de las colinas
de las viejas casas y su magnolia.
Sin Árbol
pulcro sobre el naciente.
Ustedes ganaron, sacerdotes,
falsos ecólogos, cronistas del rey
leguleyos, amigos de la canción
que olvida su propia historia.
Mientras la mariposa azul
De los caminos, se posa, duerme
Sobre las plantas de tratamiento.
En verdad, ustedes ganaron
Y Dios retira el mar, su fuerza.
Y todo esto es posible alejado del academicismo desde el cual también esta falsa idea de progreso ha hecho víctima a la literatura. Trapos y Helechos es impensable en los fríos espacios de la academia de hoy, extasiada en logros personales y en prebendas. Porque también de ella - de la literatura encasillada en corrientes y tendencias, de esa que sirve como excusa para el turismo académico de muchos pseudo investigadores y pseudo intelectuales– también Dios retiró el mar, y su fuerza.
Y sólo por eso hoy rendimos homenaje a lo colectivo también en la acción del editor que es Antonio. Porque ese hombre sencillo y auténtico, ese caminante observador, crítico agudo, narrador excepcional, fabuloso escucha… auténtico poeta, ha encontrado la forma idónea de seleccionar textos adecuados a los propósitos de la revista, ha logrado imprimir la expresión de lo específicamente humano, es decir, la capacidad de simbolizar y metaforizar la realidad bajo la sugerencia de distintos códigos artísticos.
Gracias a Antonio Trujillo por ese milagro que siempre ha sido Trapos y Helechos, y gracias a estas nuevas instituciones y a estos nuevos funcionarios públicos por guardarle al poeta, cronista y editor, el lugar que se merece. Y gracias a todos ustedes por la compañía que ahora brindan en este acto hermoso que al igual que las coplas poéticas y los cantos de danza de nuestros pueblos pemones, ha escogido las alturas. En esta ocasión privilegiada: la montaña ancestral del Guaraira Repano.
Es muy interesante esta forma de dejar la historia de cada vivencia de los vecinos de nuestra cuna donde nacimos, vivimos, conocimos lo sucedido en esa época, yo nací en Catia en los Flores de Catia, en la calle nicaragua entre calle El Cañon y la Ecuador.... La calle Nicaragua desapareció cuando expropiaron todas las casas para construir el 2 de diciembre hoy 23 de enero, eso fue en 1956, hay muchos recuerdos de esas vivencias y estos espacios son interesantes para dar a conocer lo que coaduno fue testigo presencial.... nleyzaguirre@gmail.com vivo hoy en Merida desde 1972 Nelson Lopez Eyzaguirre en Caracas mi apellido era Eyzaguirre... luego en 1964 paso a ser Lopez Eyzaguirre...
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