viernes, 20 de enero de 2012

Cuenta Antonio... que es poeta.

El mago de la Vuelta de Los Mangos transita por la segunda década de nuestro siglo, pulsando teclas clave del imaginario infantil y juvenil. Y así como muchas obras que han sido consagradas para la infancia, cuando se lee este relato de Antonio Trujillo, se presiente que este texto hermoso no estaba dedicado a un receptor necesariamente infantil o juvenil. Se intuye al poeta, amante de la oralidad, del hombre sencillo y de la naturaleza, jugando a la concreción de una narración que pivota sobre una columna poética hecha desde décadas atrás con retazos de naturaleza y fragmentos particularísimos de humanidad. De ese eje brota la voz lírica que nos cuenta:

Era diciembre dentro del sombrero y un azul de cielo nacía en la luz de los montes; el mismo valle y su gran cerro cubiertos en nueva espiga le anunciaban el nacimiento de Dios. (p. 7)

A veces el sombrerito se poblaba de puras nubes y días de sólo niebla en su interior, era una espiga blanca en el corazón del tiempo. Y en ese vacío el mago podía ver cosas, historias, dibujos, inventos de Dios para llenar y borrar el cielo de aquí y otros escondidos por Él, más allá del universo. (p.12)

Maravillosa confluencia entre un discurso con rasgos de oralidad y la literatura escrita para disfrute de los niños, un lenguaje en voz baja construido desde el animismo sólo para hechizar a un público al que aún el nombre de algún caserío, de un río, de un árbol, una hierba, una flor… puede llevarlo a evocar un tiempo pleno de naturaleza y más próximo a nuestra propia y virginal esencia humana.

Y es precisamente esa devoción por la naturaleza, el hombre y su historia la que acendra este relato singular que respetuosamente –como sólo sabe hacerlo la literatura auténtica- plantea entre otros temas de importancia, la relación entre los seres humanos, y de éstos, con la naturaleza. Por eso a lo largo de toda la narración, las lluvias, floraciones, neblinas que emergen del sombrero, serán siempre el preámbulo de pequeños relatos que nos dan cuenta del devenir histórico de los habitantes de la región altomirandina.

Y como la historia del hombre también ha sido el relato de sus sucesivas batallas, no tardará en asomar por allí la figura férrea del Benemérito, oportuno personaje que si bien contrastará con nuestro buen Cabuyita, no dejará de prodigarle a él -también en el fondo- su respeto, al advertir que aquel excepcional personaje poseía el maravilloso don de ser invulnerable al ejercicio de la violencia.

Y ese mismo devenir histórico que Antonio Trujillo proyecta en su relato, nos enseña que los procesos artístico-culturales de todos los pueblos no han hecho otra cosa que demostrar en forma sostenida, que existe un número reducido de causas -que a modo de impulso natural- confieren unidad y homogeneidad a las manifestaciones estéticas de todas las civilizaciones humanas.

Y es precisamente la actitud simbólica del ser humano, con su carácter universal y sus distintas aplicaciones, la condición básica que ha permitido la satisfacción de sus impulsos, y con ellos, el aumento de la motivación para el desarrollo de la creatividad artística.

Por ello El mago de La Vuelta de Los Mangos es poesía para lectores de todas las edades, pero como la literatura es deuda del ser humano con su habilidad simbólica, este relato encuentra un lugar útil dentro de un público infantil y juvenil y bajo la guía de maestros y maestras hábiles y sensibles. De esos que gustan reconstruir con lo artístico, la historia de los pueblos, y a través de ella disfrutan ver desplegar la imaginación de sus discípulos. Sí. El mago de la Vuelta de Los Mangos es un instrumento pedagógico sin resentir de su carácter poético.

Pero no sería justo hablar hoy del verbo sin reverenciar las hermosas imágenes que adornan El mago de La Vuelta de Los Mangos: las ilustraciones de Coralia López Gómez son sucesivos hallazgos de interacción entre palabra e imagen. Y aunque en el verbo de Trujillo no hay ausencias, las sencillas acuarelas de Coralia parecieran ir siempre acompañando la breve pero profunda mirada del poeta.

Y nosotros, ávidos de que con la lectura de El mago de La Vuelta de Los Mangos resurjan en los lectores de distintas edades, la búsqueda de nuestra primogénita relación armónica entre los hombres, y de éstos con la naturaleza, no sólo disfrutaremos íntimamente con la lectura de este extraordinario ejercicio poético, sino que junto a nuestros niños y adolescentes nos preguntaremos: ¿Y qué es lo que hace mago a Cabuyita? ¿Cuánta de su magia aún tenemos y podemos desarrollar? ¿Qué embiste de sabiduría pero también de humildad a este personaje singular? ¿Bajo qué prisma observa el mago el tiempo, el paisaje y la vida del hombre?...

Y en el fondo, después de muchas y distintas respuestas que nos llevarán a formularnos otras tantas preguntas, con un número no menor de diversas respuestas, nos sumergiremos en el alma misma del ser humano, franqueando obstáculos hacia ese “mundo intermedio” “esa frontera entre el sueño y la vigilia” construido por Cabuyita, y adonde sólo pueden acceder los hombres y las mujeres que han escuchado la voz de la tierra y en sus prácticas diarias han aprendido a respetarla como cosa sagrada.

Ese es, quizás, uno de los más hermosos ejercicios a los que quiere invitar este relato sencillo nacido del verbo de Antonio Trujillo: desprendernos de tanta ciudad en guerra para volver a mirar, escuchar y sentirlo todo desde su sentido originario, que es también una forma de llevar un sombrero mágico, y de cobijarnos como El Mago de La Vuelta de Los Mangos, en un lugar donde podamos siempre escuchar “la voz y el pensamiento de una tierra inocente, alumbrada por un mar de espigas ocres y salvajes.”

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