Ninguna excusa puede esgrimir el
actual gobierno para seguir manteniendo al gremio de los educadores venezolanos
en condiciones humillantes: una retribución económica precaria, un ambiente
laboral depauperado en el plano material y ético, una formación universitaria
descontextualizada y sin fundamentos científico-pedagógicos, una actividad
administrativa inoperante y torpe que violenta el marco jurídico vigente, una
ausencia casi total de asistencia médico-hospitalaria, y por si fuese poco, un
permanente incumplimiento de los pírricos convenios contractuales alcanzados
por sindicatos patronales.
Lastima leer la angustia y
desesperación con las que nuestros colegas manifiestan en las páginas
digitales, su molestia por la tardanza en la cancelación del bono vacacional,
al tiempo que claman por el regreso de Aristóbulo Istúriz a la cartera
ministerial de educación como posible salida exitosa al maltrato con que
posteriores funcionarios públicos han atribulado al gremio docente.
¿Es posible que una persona pueda
coadyuvar en la formación de un pensamiento integral, si ella misma carece de
procesos cognitivos que identifiquen cabalmente el origen de los diversos
factores que promueven la ocurrencia de un fenómeno?
Es indudable que esto no es
posible. Nadie puede mediar la formación de esquemas eficientes y efectivos de
pensamiento, si ella misma se encuentra desprovista de ellos. Creer, por
ejemplo, que un individuo al frente de un cargo público puede garantizarnos el
respeto que merecemos como trabajadores al servicio de la formación humana e
intelectual del pueblo venezolano, no es más que sostener peligrosamente un
pensamiento anecdótico que evade la racionalización objetiva del conflicto e
ignora la existencia y manifestaciones de un sistema económico al servicio de
la producción de mano de obra barata para el mercado.
Nada es casual dentro del sistema
capitalista en el cual vivimos. Nada es casual ni inocente. Y pareciera que no
sólo a los gobiernos cuartorrepublicanos les interesa poseer un gremio docente
acrítico, sino que también la llamada quinta república apuesta por la
permanencia de este tipo de males dentro de las personas destinadas a impulsar
la producción de conocimientos dentro de los colectivos sociales.
Mientras declarativamente se
anuncia una educación “emancipadora” y con “autonomía cognitiva”, el Estado
sigue permitiendo que las instituciones formadoras de maestros -incluyendo las
que abanderan las misiones educativas bolivarianas- egresen docentes con graves
deficiencias cognitivas y con elevados niveles de enajenación socio-cultural.
Pregúntele usted a un maestro recién egresado de la UPEL o del Programa Nacional
de Formación de Educadores de la Misión Sucre - por nombrar dos tendencias de
formación emblemáticas- por la naturaleza de su praxis educativa y su
fundamentación pedagógica en el actual escenario histórico venezolano, y
comprenderá perfectamente a qué me refiero.
Mientras declarativamente se
celebra el advenimiento de una educación bolivariana, en la práctica se siguen
consolidando hábitos administrativos y actividades educativas castradoras y
enajenantes, las cuales hacen posible la existencia de funcionarios de dudosa
calidad profesional en todos los niveles del subsistema educativo, violentando
no sólo el marco jurídico que aún rige en el sector, sino también los
principios más elementales de justicia y equidad que todo ser humano debe
asumir en la toma de decisiones.
Mientras declarativamente el
gobierno anuncia la firma de contratos colectivos justos para los maestros, los
gremios patronales que aún nos “representan”, entregan sin el más mínimo rubor
las pocas reivindicaciones que hasta ahora se habían alcanzado. El ingreso a un
cargo se encuentra actualmente supeditado al antojo de los funcionarios de
turno, mientras que el cumplimiento de convenios de larga data, en los actuales
momentos se encuentran a merced de las “supuestas posibilidades presupuestarias
del ministerio”.
¿Qué ciudadanos pueden surgir de
un sistema educativo plagado de males?
La respuesta, al parecer la tiene
inequívocamente el Estado, necesitado siempre de rebaños que garanticen la
permanencia de reproductores del mismo sistema y de una u otra tendencia
partidista, clientelista y/o nepotista dentro de los distintos organismos
gubernamentales. Por eso disfrutan viendo de rodillas al maestro clamando por el
pago del salario, amordazado por el logro de una supuesta estabilidad laboral o
atado de manos por el agobiante
ejercicio educativo que le impide organizarse y asumir dignamente la
resistencia ante los atropellos que recibe.
No le queda a uno más que desear
que llegue al fin la insurrección, que el maestro descubra su rostro indio,
campesino y obrero, que el maestro se sienta pueblo y se una abiertamente a sus
causas por una sociedad sin jerarquías ni trampas mentales, una sociedad que
definitivamente renuncie a explotar al hombre y los recursos naturales de la
tierra para dejar de ser cada día menos abyecta y miserable.
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