martes, 25 de agosto de 2015

La «Razón de Estado» en los gobiernos «progresistas»




 Por Gladys E. Guevara


“Sólo el silencio es vergonzoso” Letra de la Balada de Sacco y Vanzetti de Joan Báez.


A lo largo de la historia del ser humano y más específicamente a partir del desarrollo y auge del capitalismo en el mundo, el mayor aliado para su expansión y consolidación ha sido, ciertamente, la aparente confrontación entre adversarios políticos, expresada en conflictos y guerras, las cuales han desangrado a buena parte de la humanidad y han consolidado el actual orden mundial. Pareciera como si el sistema  globalizado de dominantes y dominados que rige al mundo, encontrara en las confrontaciones, y más específicamente en sus eventuales “adversarios” de turno, las mejores piezas del ajedrez para mantener en suspenso un juego, y permitir que el ritual sea practicado por generaciones y generaciones de hombres y mujeres, quienes dicen detestarlo y querer abolirlo, pero terminan actuando, a mediano y largo plazo, con la misma lógica que dicen combatir.

Entrar en el juego, en calidad de aliado o “combatiente del sistema”, asegura el apalancamiento y reimpulso de la cabeza de la Hidra, que no cesa de reproducirse bajo la mirada impávida de la humanidad, que ya la cree natural, inherente al ser humano.

Muchos pensadores del fenómeno afirman con sobrada razón que la fuente del mal subyace en las formas de asociación que ha adquirido la humanidad en su aparente “evolución”, y que hoy conocemos como “Estados”. Ya a finales del siglo diecinueve el apóstol de la independencia cubana, José Martí, reflexionaba esta situación en los siguientes términos:


«Esa futura esclavitud --decía Martí--es el socialismo» Y añadía Martí, profetizando lo que pasaría en un estado socialista: «Todo el poder que iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados por la necesidad de mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe, lo iría perdiendo el pueblo que no tiene las mismas razones de complicidad en esperanza y provechos, para hacer frente a los funcionarios enlazados por intereses comunes. Como todas las necesidades públicas vendrían a ser satisfechas por el estado, adquirirían los funcionarios entonces la influencia enorme que naturalmente viene a los que distribuyen algún derecho o beneficio. El hombre que quiere ahora que el estado cuide de él para no tener que cuidar él de sí, tendría que trabajar entonces en la medida, por el tiempo y en la labor que pudiese el estado asignarle, puesto que a éste, sobre quien caerían todos los deberes, se darían naturalmente todas las facilidades necesarias para recabar los medios de cumplir aquellas. De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios. Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio sobre él, y en ese sistema socialista dominaría la comunidad del hombre, que a la comunidad entregaría todo su trabajo. Y como los funcionarios son seres humanos y por tanto abusadores, soberbios y ambiciosos, y en esa organización tendrían gran poder, apoyadas por todos los que aprovechan o esperaron aprovechar de los abusos, y por aquellas fuerzas viles que siempre compra entre los oprimidos, el terror, prestigio o habilidad de los que mandan, este sistema de distribución oficial del trabajo común llegaría a sufrir en poco tiempo de los quebrantos, violencias, hurtos y tergiversaciones que el espíritu de individualidad, la autoridad y osadía del genio y las astucias del vicio originan pronta y fatalmente en toda organización humana... El funcionario autocrático, abusará de la plebe, cansada y trabajadora. Lamentablemente será, y generará la servidumbre».


Y hago mención de Martí mártir de la independencia cubana, y el menos sospechoso de abrazar ideas a favor del sistema capitalista para recuperar con ello el señalamiento claro de los anarquistas en torno al papel del Estado como problema principal en el devenir social de la humanidad. 

Y no servirá de nada que se le adicione calificativos de progresista, ni que se invente una retórica que diga que avanzamos de una democracia representativa hacia una democracia participativa. La realidad impacta sobre el ardid manipulador de un lenguaje seudo revolucionario. Varios países nuestramericanos caímos en la trampa del socialismo del siglo veintiuno, y creímos en un conjunto de líderes surgidos en distintos puntos de nuestra geografía abanderados por una supuesta “espada bolivariana”. 

No se trata, no, de que el pueblo llano que acompañó estos procesos no esté en lo cierto, que no haya sabido “cumplir con su papel”, que no se entendiera el «legado» de tal o cual mesías político… Volvimos a ser traicionados, porque hemos seguido creyendo en las bondades de los Estados y de los gobiernos «progresistas» o mal llamados «socialistas», los cuales en el fondo sólo proyectan, como bien sostiene el compañero Francisco Sierra Corrales, un social cristianismo retardado. 
Gobernar territorios neocolonizados ofreciendo emancipación, es tarea de malabaristas del lenguaje, quienes tarde o temprano terminan por mostrar sus costuras y sus contradicciones, para arribar a escenarios que sólo pretenden “controlar” con base en mecanismos represivos, los cuales también justifican alegando siempre “razones de Estado”. Y en este sentido, creo que en el caso venezolano, si el Presidente venezolano Hugo Chávez se mantuvo tanto tiempo en el poder, no sólo se debió a que el petróleo siempre disfrutó de una aceptable cotización en el mercado, y que él destinó buena parte de los recursos que ingresaban por este importante rubro, para paliar las profundas carencias del pueblo pobre, sino también a la torpe oposición que hicieron sus detractores políticos, quienes en su errático accionar impidieron que las mayorías pudieran advertir el fraude que significaba la oferta seudo socialista del gobierno chavista, y ahora madurista. En toda aparente contienda de “buenos” y “malos”, que impida el pensamiento crítico y la observación integral de la realidad, el capitalismo saldrá vencedor.

Igual suerte que la venezolana quizás el futuro le depare al pueblo de Ecuador, y quizás también al de Bolivia, aunque en ambos países pareciera haber prevalecido una mayor cordura en el manejo de recursos públicos. ¡Nada que decir de Nicaragua, por supuesto! Tampoco de Uruguay con la gran farsa del presidente-pobre, quien con su “sabiduría mediática” le entregó el país a las trasnacionales de alimentos transgénicos. Ni de Argentina, en donde su Presidenta siempre ofreció impulsar “un capitalismo en serio” y ahora enfrenta naturalmente un peligroso proceso inflacionario, acechado también de escándalos y corruptelas; ni nada que agregar de Chile y los dos períodos de Bachelet; ni sobre  Brasil, en donde Lula Da Silva y Dilma Rousseff (presidente-obrero y presidenta ex guerrillera, ambos identificados como “izquierda”) sólo actuaron como conspicuos gerentes del neoliberalismo, sin cuidarse de guisos dentro de la administración de bienes públicos ni de represiones policiales en sus respectivos gobiernos.

Por ello, repito, cobra natural lucidez el enfoque anarquista de Luis Di Filippo, cuando a principios del siglo veinte publica su ensayo: “El fetichismo del Poder” y afirma: 

“Es que se ha identificado la conquista del Poder con la Revolución como si fuesen la misma cosa. Manera bastante infantil de reducir a términos de simplicidad minúscula un problema de complejidad mayúscula. 

No es el Poder, sino la Sociedad lo que se debe «conquistar» para la revolución; pero si es posible conquistar por asalto el Poder, no es posible conquistar la Sociedad del mismo modo. Al Poder se puede llegar audazmente por un atajo; a la Sociedad solo se le conquista, o transforma o renueva, transitando un largo, paciente, quizá sinuoso camino.

El drama de los revolucionarios que han conquistado el Poder es que para mantenerse en él no pueden prescindir del aparato burocrático centralizado, ni del militar imponente, ni del policial implacable, consiste en que a medida en que el tiempo transcurre se hace más tajante el divorcio entre la Sociedad y el Estado, pues se cristalizan los aparatos provisorios de dominio con destino de perennidad. Lo que equivale a decir que más está en auge el estatismo que el socialismo, términos que tienden a confundirse maliciosamente, pues el dominio del Estado sobre la Sociedad es el imperio de la parte sobre el todo, dominio que por su índole tiene que ser fatalmente violento tanto en sentido moral como físico”.


Leyendo a Luis Di Filippo necesariamente nos preguntamos si no fue estatismo y no “socialismo”, lo que se consagró en Venezuela y en el resto de nuestras tierras nuestramericanas. No podría responder por lo que  ocurre en aquellas tierras hermanas, pero de estas sufridas tierras caribeñas, puedo decir:
Por razones de Estado la prensa oficialista debe vender la matriz de opinión de que la actual situación se debe a una “guerra económica” desatada por el imperio. Por razones de Estado, en Venezuela se desató una oleada sistemática de ajusticiamientos que son presentados ante la opinión pública como enfrentamientos. Por razones de Estado se cierran las fronteras con Colombia, y se castiga a la población más vulnerable que vive en tierras fronterizas. Por razones de Estado, el psuv escoge sus candidatos a dedo, y luego los impone con el ardid mediático de que fueron aclamados por las mayorías. Por razones de Estado, la traición no puede ser televisada, ni difundida en radios alternativas financiadas por el gobierno, ni por impresa en ningún periódico o publicación “revolucionaria”, so pena de quedarse sin papel… (“Por ahora…”, porque a juzgar por el tinte que han venido asumiendo ciertas situaciones, podrían empezar a despojarnos de otras cosas más “esenciales”).

Por razones de Estado, no hay que andar por allí haciendo críticas, no vaya a ser cosa que a algún “patriota” se le ocurra también como deber “nacionalista”, pasar del plano de los insultos y las ofensas enviadas a nuestros correos electrónicos, (caso del señor Jesús García Luengo jesusgarl@gmail.com, a quien le informo que ya no abro sus groseros correos insultándome porque pienso distinto a él, y que se ahorre el tiempo que pasa garapateando ofensas) al plano de la violencia física y las desapariciones forzosas.

Y a quienes critican la crítica cuando no viene acompañada de una solución, les digo: No hay recetario. Los engañaron si alguna vez le dijeron que lo había, y que formaba parte de un “legado”. Nada nuevo y útil será posible dentro de las instituciones del Estado. La única alternativa es la construcción de comunas; pero no las que nos prescribió el chavismo con sus leyes discrecionales y burocratizadas, sino las que surjan de los propios intereses de las personas dispuestas al intercambio y la convivencia en comunidad.  Y eso habrá de ser un día en el cual se redima la inteligencia humana, y esta especie pueda trabajar al fin en función de evitar su inexorable  extinción.




miércoles, 17 de junio de 2015

El día en que se cumplió la profecía de los cumanagotos…


Hilario mira a su mujer correr despavorida por la casa levantando objetos y volviéndolos a colocar nerviosamente, como si no supiera qué comenzar a acarrear primero.

        ¿Qué pasa, mujer? ¿Qué pasa?

        La represa, Hilario, la represa de Turimiquire se rompió y el agua viene hacia acá. Ya hay desgracias terribles en otros caseríos… Están bajo las aguas. Tenemos que coger pal cerro. Ayúdame a ver qué salvamos, hombre de Dios…

Eran días de lluvias incesantes. Llovía aún sobre las cabeceras del Manzanares y hasta la población de Dos Ríos había llegado la noticia de algunos desbordamientos de ríos en Cumanacoa y Arenas. Hilario se acercó a la mujer y le sujetó los brazos.

        No seas loca. No nos movamos de aquí, mujer. Si la represa de Turimiquire se rompió, esas aguas no pueden llegar acá. Esta tierra donde estamos está pal norte, es serranía, y está lejísimo de la represa que está en el sur.

        ¿No entiendes? Los vecinos están cargando sus coroticos. Llegan gente en carro gritando para que cojamos el cerro. El agua ya viene, hombre… Sal para que veas cómo corre todos para la montaña.

Hilario está impasible. Se asoma a la puerta y efectivamente observa cómo todos corren despavoridos. Se oyen frenazos de cauchos sobre el pavimento. Algunos corren  hacia los carros con algo en hombros o en las cabezas; otros huyen despavoridos hacia el monte cargando los objetos más insólitos: neveras, televisores, equipos de sonido…

-         ¡Ay, virgen santísima! –claman unos, mientras otros se postran en la huida pidiendo la intervención divina.

        Vete, pues, mujer, detrás de esa cuerda de locos ignorantes que no saben ni dónde carajo están parados. Es imposible que las aguas del Turimiquire se desparramen para este lado, mujer Y dirigiéndose a los vecinos, les grita: Ehhh, no sean estúpidos, el agua no sube cuestas…

Pero nadie le oye. Ni siquiera la Rosa que le parió once hijos y le conoce de sobra. La profecía de los cumanagotos, antiguos habitantes de aquellos territorios, está por cumplirse: “El pueblo que habita donde está nuestro trono, será tomado como semilla. Semilla recibieron del cielo. Y semilla devolverán a los dioses”. En un instante de súbito cataclismo, todos quedarán arropados por las aguas del Turimiquire, serán semilla para la serranía. Así lo quisieron los dioses. Se aclaraba el misterio. Era la deuda que debían saldar, quienes habitaran esas tierras, con los mismísimos dioses.

Ya Rosa ha entrado y salido con varios objetos pesadísimos a cuestas. Hilario la mira asombrado del vigor que ha desarrollado para acarrear tantos peroles en tan breve instante, y lleno de una certeza inconmovible le grita:

Tú solita vas a tener que volver a meter en la casa ese perolero… Pendeja.

Pero no queda espacio para discutir nada. Todos se embarcan en una emigración sin precedentes que se extiende por todos los caseríos de la carretera principal de Cumanacoa: Arenas, Quebrada Seca, Salsipuedes… “¡Corran, el agua viene arrasando todo los caseríos vecinos. Ya llega aquí. Cojan el cerro!”.

El Gran Turimiquire, el otrora asiento de los dioses, clama por los hombres,  mujeres y niños-semilla que se diseminaron por las márgenes del gran Manzanares, en aquellos valles verdes y bendecidos por la fertilidad y la abundancia por luengos años. “¡Se reventó la represa, mi Dios.  Nos morimos todos…!”.

El paso hacia los caseríos está cerrado para evitar que los conductores sufran accidentes ocasionados por las crecidas. Pero la noticia que circula de boca en boca, no es esa. La noticia que todos repiten es la rotura del Turimiquire. Sólo circulan por la vía  los carros que quedaron atrapados en el interín de las noticias y las órdenes de cierre por parte de la municipalidad. Algunos helicópteros sobrevuelan la zona para monitorear los niveles de los ríos que abundan por esos valles. Pero el solo ruido de estos artefactos, causa desmayos y mayores desesperos en la población…

        ¡Virgen del Carmen! Un cataclismo. Fin de mundo.

        Mi virgencita del Coromoto… ¡Sálvanos de las aguas!

Pero en el fondo todos saben que este no es asunto de dioses cristianos, que esto no es más que el cumplimiento de las profecías. Los cumanagotos lo dijeron. Y eso de ahora, esta desgracia, era el misterio despejado, sin piaches que pudieran venir a prestar socorro a estas nuevas generaciones de hombres, mujeres y niños-semillas.

Alguien sale de una de las casas con un televisor a cuestas y un título de bachiller. Y de pronto, comienza a llover y el desesperado se regresa a envolver el cilindro preciado en una bolsa plástica. No pueden dejar en las casas el producto de tantos esfuerzos. Vale la vida. Pero hay que salvar los corotos y las cosas de valor, mientras se pueda. Aún no llega el Turimiquire a cobrar las deudas.

        Sálvate, mijo querido grita una anciana al tiempo que se desvanece mientras el hijo corre sin mirar atrás a refugiarse en lo más alto del valle, dejando a la madre tirada en el zaguancito de la casa familiar.

Otra corajuda mujer le entrega los niños a la hermana menor y le dice: “Corran ustedes al cerro. Sálvense, mientras yo trato de sacar algunas cositas de la casa. Suban, pues. Que la virgen me los acompañe”.

Ya hay una cantidad enorme de vecinos en las cúspides, rodeados de todo tipo de artefactos. Nadie sabe cómo lograron subir aquellos objetos allí, impelidos por una fuerza extraordinaria que nunca antes creyeron poseer. Pero las aguas del Turimiquire no terminan de llegar.

Y ahora todos se miran unos a otros, con un cierto margen de incredulidad. Ya algunos empiezan a reír y a mirarse con un cierto dejo de burla, que poco a poco va transformándose en escarnio.

        Caray, compai… ¿y usted se trajo el televisor? ¿Y dónde carajo creía que lo iba a enchufar aquí arriba?

Allá abajo, en el Puente Villarroel de Quebrada Seca, se paran unos carros y salen unas personas que gritan: “¡Bajen, era una falsa alarma! Bajen… ¡Falsa alarma! ¡Falsa alarma!”…

Si subir aquellos objetos fue una actividad que se realizó en un dos por tres, la empresa de bajarlos se constituyó en una verdadera calamidad. Las fuerzas los habían abandonado a todos. Y un objeto que fue acarreado hasta la cima por una sola persona, ahora requería de tres y cuatro para poder ser descendido del cerro.

Entre risas y chanzas, los descendientes de los cumanagotos volvieron a sus casas. Había que volver a leer las profecías. Quizás el sentido era otro. Más benéfico, claro. Sin cataclismos ni deudas ancestrales.

Rosa entró en la casa arrastrando la nevera, y vio a Hilario, silencioso y sereno sentado en el sillón.
        ¿Qué fue, mija, ya les volvió el sentido común?

        Ujuuú, mijo, tenía razón; pero una nunca sabe cómo pueden ocurrir las cosas y por eso se asusta.

        Guá, ¿y por qué no me escuchó cuando le dije lo que le dije?

        Le digo que una nunca sabe. Esa serranía llena de agua siempre es una amenaza desde que la mentaban los indios. Y como ha llovido tanto…

        La peor amenaza de los hombres es la ignorancia, mujer. Por eso acabaron los españoles con esos vergajos. Eran muy inocentes. Y el inocente nunca se salva.

Ese día no hubo arcoíris, tal y como lo decían los augurios ancestrales de nuestros antepasados. Ni tampoco hubo nuevos pactos entre los hombres y sus dioses. El amo seguía siendo el miedo, y nadie podía aún tocar la última puerta en donde se reunirían todos los mundos en un solo mundo que reclamara, al fin, la semilla que los dioses dejaron en la tierra. En esas tierras, por lo menos.


martes, 16 de junio de 2015

La cerbatana


El viejo atiza la candela y sale del cobertizo donde se encuentra el fogón, me mira con cierto aire de sencilla sabiduría y sentencia:

Antes sí se veían cosas.  Ahora no tantas.  Ahora se ven, pero no tantas como antes.

Le miro muy seria, tratando de conferirle el valor sagrado que siempre tiene la palabra para el hombre de campo. Sé que quiere  hablar.  Sé que la soledad le atenaza el alma y que cualquier visita de un integrante de la familia significa una oportunidad de conversar con otro ser humano que no es él mismo. Porque de seguro, solo en aquella casa que lo vio nacer, alejado de los suyos voluntariamente, con la terca convicción de amar sólo a quien mostrara interés por saber de él, o tan siquiera llamarle; no para de hablar consigo mismo.

No para, incluso de pelear contra sí mismo, contra sus decisiones y su vida pasada. Su rostro se ha endurecido sensiblemente. No es ya aquel hombre que llegaba de visita a nuestra casa familiar, cuidadosamente vestido, buenmozo, agradable, acompañado por su esposa y sus tres hijos. El tío se nos ha vuelto un hombre extraordinariamente huraño. Y los años, por supuesto, contribuyen a amargarle algo más su carácter, siempre hosco y rezongón desde que era muy niño.

En esa casa por donde pasamos ahorita, vivía una señora muy querida en el pueblo. Esa señora se llamaba Justa Pastora. Así se llamaba. Lo recuerdo clarito. A esa mujer aquí la querían demás, muchacha. Pues mira,  ven para contarte, a esa señora le cayó cangrina. Primero le cortaron un dedo, luego el pie. Y después la pierna.

Afuera se oyen voces que interrumpen el relato, saludos guturales de algún vecino que sin entrar a la casa, sólo abriendo la alberca de metal del porchecito que sirve de antesala, le hace saber al tío que van pasando frente a su puerta y que está pendiente de él…

         −          Heyyy, ¿Qué fue primoooó?

 −        Vaaaaa, primoooó. Todo bien responde el tío, a la par que continúa su relatoPero la cangrina siguió corriendo. Y esa pobre mujer se descompuso toda y se murió. ¡Carajo! Ese día que la esperábamos en el pueblo para el velatorio, su casa se llenó de gente. Yo estaba allí y presencié esa vaina, muchacha…

Miro al tío con infinita dulzura. Siempre le he amado a pesar de sus durezas, porque tras ella siempre he intuido que hay un alma fraterna y adolorida. De joven yo, y después de destruida su relación familiar de pareja, presencié más de una vez su llanto callado en largas noches de insomnio. Le oía llorar quedito junto a la almohada y me sentía impotente de no poderme parar de mi cama, cercana a la suya cuando llegaba de visitas, para consolarle con alguna palabra de aliento. Sabía que en su cultura patriarcal, machista y hasta misógina, un gesto así constituiría una tremenda humillación a su pretendida condición de hombre. Y nunca pude decir la palabra necesaria y urgente que aminorara su pena. Por eso quizás siempre le he amado  y siempre he procurado hacérselo saber, para que a pesar de todos los desamores que siente por los suyos, sepa que en mí siempre tiene una aliada.

El tío, además, había sido criado por mi mamá casi hasta los dos años. La abuela había enfermado después del parto, y la labor de cuidados quedó a cargo de la hermana hasta transcurrido casi los dos años. Tenía pues aún fresco el afecto de hermana que ella en vida siempre le prodigó, a pesar del tiempo y el camino que cada uno de ellos emprendió en sus vidas. Y ese afecto de mi madre, me llevó siempre a concederle al tío un lugar especial. Ignoré siempre su amargura, y le vi siempre directo al alma. Con ella conversaba yo cada vez que volvía a la casa de los abuelos, convencida de volver con mi viejita a ese lugar primogénito en el cual se maceraron sus infancias.

El tío interrumpe mis cavilaciones, para cerrar su relato:

        Estando allí, muchacha, pasó una vaina que la tengo clarita en mi memoria. De momento entró una cerbatana que voló por la sala y todos sentimos la podredumbre. La difunta, claro. La difunta que se adelantó y llegó con aquella hediondez a carne podrida hasta el velorio. Pobrecita, Justa Pastora… Más atrás de aquella presencia de la cerbatana, llegó el ataúd, con la misma hedentina. Y nos fuimos directico a enterrarla para no seguir sintiendo aquel olor… Por eso te digo, que esas cosas pasaban antes en este pueblo. Ya casi no.

Ahora mi tío extiende las arepas en el budare y ese olor maravilloso, mezclado con fritura de pescado y piña, se expande por toda la casa. La maravilla está completa: Sí. Estoy en Quebrada Seca. Lejos de tanto cemento y racionalidad urbana. Pueblito a orillas de la carretera Cumaná-Cumanacoa. Territorio de mitos y leyendas. Lugar de lo real maravilloso. Mi raíz y mi gente.

Maravillada por el desenlace de la historia, le digo:

 Ese es un cuento fenomenal, mi tío. Lo voy a escribir un día a dos manos con usted.

Y aquí estoy, mi tío, escribiendo sola esta historia que tú me contaste para que no termines de morir nunca. Para que tus nietos y los hijos de tus nietos, me lean, y te lean. Para que tus sobrinas a las que tanto amaste como si fuesen tus hijas, perdonen tus tristezas, y no transfieran ese dolor a sus generaciones. Para que quien no tuvo la dicha de mirarte el alma, la vea entre mis recuerdos que son así de simples y sencillos, auténticos como tú, mi buen tío. 

De huellas y memorias


A Arcángel Cabello

En este pueblo no llegaba señal de ninguna clase. Íngrimos, mija. Nada. Ni televisión, ni teléfono… ni nada. Y mira que muchos de los de aquí vivían (nacidos y criados en este pueblo) perdieron la vida tratando de colgar antenas en sitios altísimos para traer progreso. Pero era algo como del destino, porque quien se empecinaba en eso, se moría.

Esa es la historia de Noel, el hijo de Hilario Ramos. Tres meses antes de su muerte, yo me lo había llevado a Guri y lo enganché en un buen trabajo. Allá estaría todavía. Vivo. Y viviendo bien, porque como te digo le conseguí un trabajo bueno, bueno…

Para entonces solicitaban reservistas y Noel no hacía mucho había prestado servicio. Estaba fresquito. Así lo quería la empresa. No ve que antes uno salía del servicio con conocimientos…

¡Las cosas del destino, mija! Se le murió el papá y la ambición por los reales – ¡que nunca falta en la gente! lo hizo pedir permiso en el trabajo para  venirse a buscar la partida de defunción y cobrar los cobres que daban entonces  en la empresa por la muerte de un familiar. De esos centavos no llegó a ver medio, mija, aunque hizo todas las diligencias, introdujo los papeles, y aquí se mantenía pendiente de ir allá a terminar de cobrar esos reales. Una miseria, a lo mejor. No me acuerdo.

Y no sé en qué momento abandonó Noel ese trabajo y regresó al pueblo. A buscar su muerte, porque como te cuento, yo lo había encaminado hacia Guri. Pero yo me digo siempre esto, mijita: El destino lo tiene a uno siempre empiernado, y nadie se escapa. Aún lo pienso y siento tibiera recordando cómo me vine yo desde allá exclusivamente para buscarlo y lograrle a él ese trabajo.

No sé decirte de dónde se le ocurrió a ese carajo la idea de ir a montar esa antena para agarrar señal de televisión. Sería el ocio, mija. El silencio de estos pueblos que a veces lo aturde, y lo enfila a uno a buscar vainas que le traen la desgracia.

Y el hambre, mija. La pobreza. A todos los viejos de este pueblo los dejamos solos. Todos nos fuimos hace años por esa carretera buscando progreso. Algunos les mandaban cobres a sus viejos. Otros sencillamente nos fuimos a hacer nuestras vidas en Caracas y dejamos a los viejos. ¡Y qué vidas, carajo…! Por eso me regresé yo. Tú sabes. Por eso volví a la casa, a estarme aquí…

A veces yo aquí, sentado, solo, mija, me pongo a pensar en Noel. Ese era como hermano de uno… familia, ¿tú ves? Porque ellos están emparentados con uno, y además nos criamos juntos. ¡Cómo le pegó a este pueblo la desgracia de Noel! El pueblo era un solo llanto. Un muchacho joven, muchacha…

Y con Noel, esa condenada antena se llevó a otra gente del pueblo. Como a cinco más. Una maldición, como la carretera. Esta carretera, ¿tú  sabes? Era camino principal. La antigua ruta que recorrían los indígenas y por donde luego entraron los españoles para esclavizar y acabar con ellos que vivían en estas tierras. La mamá de abuela Francisca Natera era india. India, india, con guayuco. De esas que vivían en tribus. Esa era nuestra gente.

Después que echaron esa carretera, los carros empezaron a pasar soplados, como bólidos... Ahí no valía ni policías acostados ni nada. Uno a uno se fue muriendo la gente de este pueblo, muchos de ellos atropellados en la carretera. Hasta la pobre María la loca, la mató un carro.

Y a mí se me pone, mija, que esa gente de antes no quería nada de eso. Ni carretera, ni antena, ni cable de teléfono. Nada. Todo eso les trajo las desgracias. Por esa carretera les llegó la tragedia vestida de progreso. Por eso creo yo que nuestros muertos, nuestros ancestros, pues, como quién dice, no querían comunicación de esa para este pueblo. Y se llevaban así a quienes de nosotros se les calentaba la cabeza con esos inventos.

Mire, mija, yo a veces me estoy aquí en este patio, solo, sin nadie que le haga a uno ni una llamada, teniendo uno ya una casita con techo y piso de cemento, carretera, teléfono y televisor. Sentado aquí mirando para el fondo. Y veo este piedrero que hay en el patio, y me voy despacito a quitar cada piedra. Voy también, despacito, y le rallo repollo a ese poco de bachacos que hay en esta casa y que se comen cuanta mata uno siembra. Le rallo repollo a ver si por fin acabo con esa plaga que hace que no levante cabeza ninguna matica en el solar. Con calma, mija. Cambiando las cosas, con calma.


Y después me llego allá, hasta el cementerio, y veo aquel poco de difuntos abandonados. Ni una flor, carajo… Ni de sus hijos ni de nadie. A Noel lo lloró su madre, claro. Pero al cabo de un tiempo, los muertos quedan abandonados. La gente de este pueblo es así. 

Las entrañas de la organización popular en el capitalismo del siglo xxi



"Sin equidad, no hay justicia, y sin justicia no hay moral"
Kropotkin

Por Gladys Emilia Guevara

Si alguna maldición fuese posible, de seguro que nos vendría de los orígenes mismos del sistema capitalista, especie de hidra que no termina de morir, ni siquiera con la "cauterización" de todos los muñones de sus muy efectivas artillerías: familia, escuela, sociedad y supuestos medios de comunicación. El sistema que todos declaran querer transformar, por el contrario, avanza. Avanza y se consolida con nuestras prácticas diarias, incluso esa pretendidamente revolucionaria de la organización popular.

Quienes toda la vida hemos consagrado nuestra existencia en impulsar la organización desde abajo: desde las organizaciones estudiantiles, gremiales y comunitarias; guardamos de seguro viejas y recientes heridas de esta insoslayable realidad: no hay grupo ni equipo de trabajo popular que no sea finalmente corroído por el peso implacable de un conflicto ético que termine disolviendo la esencia primigenia que le dio vida.

No se trata, no, de un mal que no pueda ser vencido por auténticos afectos entre seres humanos, el racional discernimiento en colectivo entre lo justo y lo contextualmente adecuado para cada escenario de la vida, o por el concepto mismo de consciencia, esgrimido por algunos marxistas como motor ético de acción. Pero lo cierto es que en la práctica, el criterio sobre lo ético-revolucionario es sustituido por argumentos que justifican comportamientos dañinos que frenan cualquier posibilidad de creación real en el marco de las luchas por la transformación social; supeditándose las acciones de cada organización, al criterio de unos pocos que pregonan la libertad, mientras asfixian la participación, ignoran e irrespetan los criterios y puntos de vistas de su propia pareja o parientes consanguíneos, y en natural correspondencia, coartan el accionar de sus mismos compañeros de lucha. En otras palabras: personas que no hacen de sus prédicas, su propia acción de vida.

"El revolucionario verdadero –decía el Che- está guiado por grandes sentimientos de amor. Amor a la humanidad, amor a la justicia y a la verdad"… ¿Cuántos de "nuestros compañeros de lucha" en algún momento no esgrimieron esta frase para hacer gala de su sensibilidad y generosidad en la entrega combativa? ¿Y a cuántos de ellos hemos visto luego contradecir esta sentencia con sus prácticas egoístas e individualistas?

Muchas frases felices, como esa de Ernesto Guevara, viajan hacia la nada, (a pesar de haber surgido al calor de un discurso y una acción revolucionaria coherente por parte del combatiente argentino) en lo que Ibsen Martínez alguna vez llamó el baúl de las frases felices, que no es otra cosa que el discurso de la pura declaración, la preeminencia de un sistema castrado y castrante que se reproduce discursivamente para ocultar una realidad, ante la falta de agudeza y creatividad humana, no sólo para cuestionarlo, sino para vencerlo con acciones audaces y rebeldes, y erigir en su lugar uno nuevo.

Tendríamos que comenzar revelando, en un principio, la enorme hipocresía de algunos afectos declarados, mas no asumidos en el día a día, en el plano de esa cotidianidad sin máscaras, esa que difícilmente puede transcurrir sin hacernos ver las costuras en el ámbito de la convivencia entre compañeros militantes de cualquier organización con pretensiones de equidad, autonomía y libertad comunicacional.

Y en ese mismo sentido de la propia orgánica de un grupo, cualquier organización con fines de intervención en los distintos escenarios sociales, le urge plantearse en colectivo un propósito que la cohesione y le dé vida. Sus integrantes, por su parte, se identifican y reconocen de acuerdo también a los propósitos individuales que cada uno de ellos persigue, y que de algún modo entran en conexión con este objetivo central. Por ello, ante cualquier contradicción que surja en el camino, debemos siempre emplear como árbitro de cualquier disputa, la esencia misma que originó nuestra necesidad de interacción, la cual necesariamente descansa sobre un concepto ético de acción que va marcando no sólo la dirección en cuanto a lo que es justo, sino también a la acción adecuada y de acuerdo al marco situacional en el cual nos hallamos.

Y en última instancia, cabe rescatar de estos manidos discursos del socialismo del siglo veintiuno (vacuo y ambiguo como convenía a los tiempos) el verdadero concepto del diálogo, la discusión y el debate asambleario, únicos bastiones desde los cuales es posible que nazca algo distinto a lo que hasta ahora nos hemos empeñado consciente o inconscientemente en reproducir.

No habrá posibilidad alguna de edificar algo novedoso, si nuestros conflictos no pueden pasar por el tamiz de estas prácticas, ejercidas honestamente, con la firme convicción del desarrollo individual y colectivo.

De lo contrario, de seguir incurriendo en estas buenas intenciones de intentos de organización desde las bases populares y sus correspondientes fracasos, sobrevendrá el aniquilamiento progresivo de la fe de nuestros compañeros, y no sólo seguiremos cavando nuestra propia tumba y la de nuestros hijos, sino que continuaremos alimentando a este monstruo embriogénico y transgénico de mil cabezas que muta y se coloca camuflaje con cada nuevo siglo… 

Le experiencia estética literaria en el desarrollo de la consciencia histórica y cultural



El devenir artístico cultural de todos los pueblos no ha hecho otra cosa que demostrar en forma sostenida que existe un número reducido de causas  −que a modo de impulso natural− confieren unidad y homogeneidad a las manifestaciones estéticas de todas las civilizaciones humanas. Y es precisamente la actitud simbólica del ser humano, con su carácter universal y sus distintas aplicaciones, la condición básica que ha permitido la satisfacción de sus impulsos, y con ellos, el aumento de la motivación para el desarrollo de la creatividad artística. Como consecuencia de lo antes dicho, la teoría del arte y la educación artística –al menos en nuestras culturas occidentales− están obligadas, en un primer momento, a establecer un concepto de su objeto de estudio, de su experiencia estética, así como de su proceso de mediación.

En el estudio de la literatura, tales conceptualizaciones revisten de gran importancia, no sólo como un mecanismo para la reafirmación de la naturaleza del objeto de estudio, sino también como brújula fundamental para la orientación de su proceso de mediación. Y en este sentido, una investigación orgánica y funcional, no debería definir el objeto de estudio en relación con una Teoría Literaria, sino en función de unos propósitos pedagógicos al servicio de la formación de la consciencia histórica y cultural de nuestros pueblos.

Por ello, y con el propósito de avanzar en la construcción de un sistema educativo con amplios márgenes de eficiencia y eficacia, nos aventuramos a formular un concepto operativo de experiencia estética literaria que permita el establecimiento de vínculos claros con el desarrollo de la consciencia histórica de todo individuo.

 Y en este sentido afirmamos que la experiencia estética literaria es un proceso constituido por un sistema ordenado de impresiones cognoscitivas en las cuales se establece una dependencia funcional entre el pensamiento relacional y el pensamiento simbólico sugerido por un texto literario, que traza un rastro fisiológico en la memoria a largo plazo y un substrato estable de memoria inmediata en el individuo receptor que le permite percibir propiedades inherentes al texto literario, y en forma progresiva, una visión integral de los fenómenos socio-culturales reflejados en otras obras artísticas.

Morris (1985) le atribuye al concepto de experiencia una dimensión relacional en la cual ésta constituye una clase de objetos ubicada en una determinada relación. En este sentido, “experimentar algo supone captar sus propiedades por el conducto idóneo; la experiencia es directa en función del grado en que provenga de una respuesta directa al algo en cuestión e indirecta al grado en que provenga de la mediación de los signos.” (pp. 91,92).

 Esta observación resulta de enorme importancia en la construcción de una teoría pedagógica de la literatura. Por ello la mediación docente de la literatura debería considerar, en consecuencia, su acción pedagógica en función de estrategias que involucren estos dos tipos de experiencias: la concreta y la abstracta.

Llegar a explicarse, en forma práctica y operativa, las diferencias entre ambas experiencias, si bien no hace a un individuo competente como productor de textos valorados como literarios, ejercita en él la habilidad para distinguir entre ambos lenguajes, identificar ciertos códigos normativos característicos en cada una de estas expresiones verbales de la experiencia, y encontrar empatía y placer en cualquiera de estas dos formas de abordar la realidad.

Tomemos por ejemplo la definición de lo que es una gota de agua con base en un lenguaje técnico, en los cuales se revela la experiencia concreta, y establezcamos un contraste con la definición formulada por Julio Cortázar en torno a esa misma experiencia, pero simbolizada ahora desde los códigos de su aprehensión personal e íntima.

Técnicamente, una gota de agua se define así: "Partícula de cualquier líquido de forma esferoidal. Volumen pequeño de algún líquido (agua, en este caso) delimitada casi completamente por superficies encadenadas entre sí".

Ahora acudamos a la experiencia que sobre este fenómeno nos relata Cortázar:

Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a hacer y no cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.

Pero las hay que suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

Cassirer (ob. cit.) considera las manifestaciones culturales en general como actos que implican la adaptación mental de los seres humanos a su entorno. El principio universal del simbolismo inmerso en el acto creativo de la literatura es, en consecuencia, un impulso de la naturaleza humana que pone en movimiento todo el mecanismo del pensamiento relacional con el pensamiento simbólico. Se activa así la conciencia del espacio y el tiempo perceptivo, y del espacio y tiempo simbólico o abstracto, las cuales constituyen sin duda alguna, uno de los sustratos necesarios para la configuración del pensamiento mítico y/o de la ficción literaria en sus distintos géneros. Al respecto, el investigador afirma:

El lenguaje y el mito son especies próximas. En las etapas primeras de la cultura humana su relación es tan estrecha y su cooperación tan patente que resulta casi imposible separar uno del otro. Son dos brotes diferentes de una misma raíz. Siempre que tropezamos con el hombre lo encontramos en posesión de la facultad de lenguaje y bajo la influencia de la función mitopoyética. (p. 99)
Cassirer (ob. cit.) afirma que el mito y el lenguaje constituyeron ejercicios cognitivos que permitieron superar la etapa rudimentaria de la experiencia fisognómica del ser humano, para construir de forma ulterior, conceptos abstractos que le permitieran acceder al conocimiento científico.

No obstante, la mediación del hecho literario no tuvo su origen en una perspectiva de desarrollo cognitivo, sino que surgió en forma espontánea pero intencional, en los cálidos espacios interaccionales de la oralidad de diversos grupos étnicos, para quienes las manifestaciones del pensamiento mitopoyético eran la expresión de sus concepciones del mundo o acciones rituales que trataban de controlar su realidad, y que debían ser comunicadas, como mecanismo de cohesión, al resto de los integrantes del grupo social.

Cortázar, conocedor de la experiencia concreta de la lluvia, de la caída del agua en forma de gotas, hace ficción de la realidad para producir un microcuento en el cual las gotas dejan de ser "partículas líquidas esferoidales" para adquirir una características humanas, entre las cuales el escritor distingue las de aferrarse a la vida y batallar o las de suicidarse.

En otro orden de ideas y de vuelta a la definición, en el fenómeno de le experiencia estética coexistirían tres  tipos diferentes de condicionantes: uno referido a la base neurológica estructural y funcional del cerebro humano; otro de carácter psicológico, y en el cual se sitúan no sólo los niveles de procesamiento de la información, sino también la organización temporal y los factores afectivos inherentes al proceso; y por último, el no menos importante carácter ambiental, el cual incluye el entorno físico, social y humano de los individuos.

En lo atinente al estudio neurofisiológico, interesa evidenciar las aportaciones hechas en el campo de la llamada plasticidad neuronal, en la medida en que ésta ha asumido una fundamentación científica suficiente como para explicar los cambios fisonómicos que tienen lugar en el cerebro humano, en virtud de la ejercitación progresiva de ciertas técnicas de aprendizaje y experiencias. Ahora sabemos, a partir de estudios en el área de las neurociencias, que un aprendizaje o el simple recuerdo de una experiencia se vinculan con algún tipo de cambio en las células del sistema nervioso, lo que equivale a afirmar la posibilidad de cambios estructurales en la organización funcional del cerebro.

De igual manera, el abordaje en el ámbito psicológico cobra particular importancia el estudio de los procesos mentales, con especial interés en el conjunto de factores que activan el desarrollo progresivo de habilidades cognoscitivas para la comprensión y producción de textos literarios.

Tomando en cuenta lo antes expresado, es evidente que la mediación de la literatura puede actuar como dispositivo cultural cuya activación posibilita la ocurrencia de un proceso, que según la perspectiva de algunos investigadores tales como Cassirer (1967) y Colomer (2001),  es inherente a la mente humana, y es factor de desarrollo de la percepción integral que todo individuo debe tener, no sólo de su entorno socio histórico, sino también del eje histórico-cultural de la humanidad.

Por ello no es exagerado afirmar que sólo llega a desarrollar una plena complejidad humana, quien adquiere un cúmulo suficiente de referentes simbólicos que le permiten comprender y desarrollar su propia identidad cultural, y gracias a ella, comprender la identidad cultural de otros individuos, grupos sociales, naciones y grupos étnicos. La literatura integra diacrónicamente el más perfecto compendio de símbolos culturales, y refracta la identidad de individuos en su dimensión sincrónica.

Ofrecer sistematicidad, precisión y operacionalidad al concepto de experiencia estética, y en mayor medida a su acción mediadora, es desde nuestro punto de vista, una de las mayores deudas que enfrentan los educadores dispuestos a devolverle a los colectivos el derecho a acceder a la esencia de su propia vida cultural y a la de otros pueblos, a través del disfrute de la literatura.

A este respecto el mismo Einstein (1995)  sostenía la insuficiencia de la enseñanza de una especialidad a los individuos, por cuanto ésta en sí misma no configuraba las aspiraciones humanas; y al respecto el connotado científico sugería que era necesario que el hombre pudiese recibir “un sentimiento vivo de lo bello”, el cual desde su óptica no era otra cosa que aprender a percibir motivaciones humanas de sus congéneres, y en consecuencia, un sentido recto de los hombres y de su sociedad.

En forma relativamente reciente, y contextualizando las transformaciones sociales operadas en nuestras sociedades occidentales, Colomer (ob. cit.) ha sustentado que la literatura constituye aún, un importante eje cultural a partir del cual es posible una enseñanza integral de los fenómenos lingüísticos, una formación socio-cultural del propio entorno y del entorno cultural de representación de otros grupos y etnias, e incluso, un ejercicio de pensamiento abstracto a través del cual la humanidad aprende a interpretar y simbolizar su realidad.

Pero si bien la enseñanza de la literatura, como lo afirma Colomer (ob. cit.) no ha dejado de constituir la adquisición de un patrimonio, este legado adquiere hoy en día, en virtud de los grandes cambios sociales y pedagógicos, un carácter de debate en torno a las distintas interpretaciones del mundo. “Un patrimonio –afirma la autora– formado por los textos que testimonian las tensiones y contradicciones del pensamiento humano y que ofrecen a las nuevas generaciones la posibilidad de iniciar su incorporación a un forum permanente.” (p.5)

En conclusión, la literatura no ha dejado de constituir – en pleno auge de irrupción de medios de información y comunicación de masas – una manifestación cultural con profundas raíces en el desarrollo del pensamiento humano, y por ende, la mediación de su experiencia, debe ser objeto de nuevas aportaciones teóricas que permitan mayores y mejores acercamientos a su conocimiento.



[1] Freire, P. Pedagogía del oprimido. 2ª ed. México: Siglo veintiuno. p.50.
[2] Ibidem.
[3] En su texto “¿Política nacional de lectura? Meditación en torno a sus límites y condicionamientos”, este autor mexicano hace alusión al vínculo establecido entre lenguaje y modernidad, así como los proyectos educativos que en razón de esta última se institucionalizan en las naciones de nuestro continentes, los cuales no toman en cuenta las prácticas comunicacionales de nuestros pueblos originarios y las comunidades rurales, fundamentados en el habla y no en la escritura. Refiere además el investigador la necesidad de escritura surgida dentro de los pueblos mayas, y la iniciativa comunicacional de los tlacuilos a comienzos del período de colonización, como manifestaciones perdidas de la esencia de los pueblos originarios.