"Sin equidad, no hay justicia, y sin justicia no
hay moral"
Kropotkin
Por Gladys
Emilia Guevara
Si alguna maldición fuese posible, de seguro que nos vendría
de los orígenes mismos del sistema capitalista, especie de hidra que no termina
de morir, ni siquiera con la "cauterización" de todos los muñones de
sus muy efectivas artillerías: familia, escuela, sociedad y supuestos medios de
comunicación. El sistema que todos declaran querer transformar, por el
contrario, avanza. Avanza y se consolida con nuestras prácticas diarias,
incluso esa pretendidamente revolucionaria de la organización popular.
Quienes toda la vida hemos consagrado nuestra existencia en
impulsar la organización desde abajo: desde las organizaciones estudiantiles,
gremiales y comunitarias; guardamos de seguro viejas y recientes heridas de
esta insoslayable realidad: no hay grupo ni equipo de trabajo popular que no
sea finalmente corroído por el peso implacable de un conflicto ético que
termine disolviendo la esencia primigenia que le dio vida.
No se trata, no, de un mal que no pueda ser vencido por
auténticos afectos entre seres humanos, el racional discernimiento en colectivo
entre lo justo y lo contextualmente adecuado para cada escenario de la vida, o
por el concepto mismo de consciencia, esgrimido por algunos marxistas como
motor ético de acción. Pero lo cierto es que en la práctica, el criterio sobre
lo ético-revolucionario es sustituido por argumentos que justifican
comportamientos dañinos que frenan cualquier posibilidad de creación real en el
marco de las luchas por la transformación social; supeditándose las acciones de
cada organización, al criterio de unos pocos que pregonan la libertad, mientras
asfixian la participación, ignoran e irrespetan los criterios y puntos de
vistas de su propia pareja o parientes consanguíneos, y en natural
correspondencia, coartan el accionar de sus mismos compañeros de lucha. En otras
palabras: personas que no hacen de sus prédicas, su propia acción de vida.
"El revolucionario verdadero –decía el Che- está guiado
por grandes sentimientos de amor. Amor a la humanidad, amor a la justicia y a
la verdad"… ¿Cuántos de "nuestros compañeros de lucha" en algún
momento no esgrimieron esta frase para hacer gala de su sensibilidad y
generosidad en la entrega combativa? ¿Y a cuántos de ellos hemos visto luego
contradecir esta sentencia con sus prácticas egoístas e individualistas?
Muchas frases felices,
como esa de Ernesto Guevara, viajan hacia la nada, (a pesar de haber surgido al
calor de un discurso y una acción revolucionaria coherente por parte del
combatiente argentino) en lo que Ibsen Martínez alguna vez llamó el baúl de las frases felices, que no es
otra cosa que el discurso de la pura declaración, la preeminencia de un sistema
castrado y castrante que se reproduce discursivamente para ocultar una
realidad, ante la falta de agudeza y creatividad humana, no sólo para
cuestionarlo, sino para vencerlo con acciones audaces y rebeldes, y erigir en
su lugar uno nuevo.
Tendríamos que comenzar revelando, en un principio, la enorme
hipocresía de algunos afectos declarados, mas no asumidos en el día a día, en el
plano de esa cotidianidad sin máscaras, esa que difícilmente puede transcurrir
sin hacernos ver las costuras en el ámbito de la convivencia entre compañeros militantes
de cualquier organización con pretensiones de equidad, autonomía y libertad
comunicacional.
Y en ese mismo sentido de la propia orgánica de un grupo,
cualquier organización con fines de intervención en los distintos escenarios
sociales, le urge plantearse en colectivo un propósito que la cohesione y le dé
vida. Sus integrantes, por su parte, se identifican y reconocen de acuerdo
también a los propósitos individuales que cada uno de ellos persigue, y que de
algún modo entran en conexión con este objetivo central. Por ello, ante
cualquier contradicción que surja en el camino, debemos siempre emplear como
árbitro de cualquier disputa, la esencia misma que originó nuestra necesidad de
interacción, la cual necesariamente descansa sobre un concepto ético de acción
que va marcando no sólo la dirección en cuanto a lo que es justo, sino también
a la acción adecuada y de acuerdo al marco situacional en el cual nos hallamos.
Y en última instancia, cabe rescatar de estos manidos
discursos del socialismo del siglo veintiuno (vacuo y ambiguo como convenía a
los tiempos) el verdadero concepto del diálogo, la discusión y el debate
asambleario, únicos bastiones desde los cuales es posible que nazca algo
distinto a lo que hasta ahora nos hemos empeñado consciente o inconscientemente
en reproducir.
No habrá posibilidad alguna de edificar algo novedoso, si
nuestros conflictos no pueden pasar por el tamiz de estas prácticas, ejercidas
honestamente, con la firme convicción del desarrollo individual y colectivo.
De lo contrario, de seguir incurriendo en estas buenas
intenciones de intentos de organización desde las bases populares y sus
correspondientes fracasos, sobrevendrá el aniquilamiento progresivo de la fe de
nuestros compañeros, y no sólo seguiremos cavando nuestra propia tumba y la de
nuestros hijos, sino que continuaremos alimentando a este monstruo embriogénico
y transgénico de mil cabezas que muta y se coloca camuflaje con cada nuevo
siglo…
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