A Arcángel Cabello
En este pueblo no llegaba señal de
ninguna clase. Íngrimos, mija. Nada. Ni televisión, ni teléfono… ni nada. Y
mira que muchos de los de aquí vivían (nacidos y criados en este pueblo) perdieron la
vida tratando de colgar antenas en sitios altísimos para traer progreso. Pero
era algo como del destino, porque quien se empecinaba en eso, se moría.
Esa es la historia de Noel, el hijo de
Hilario Ramos. Tres meses antes de su muerte, yo me lo había llevado a Guri y
lo enganché en un buen trabajo. Allá estaría todavía. Vivo. Y viviendo bien,
porque como te digo le conseguí un trabajo bueno, bueno…
Para entonces solicitaban reservistas y
Noel no hacía mucho había prestado servicio. Estaba fresquito. Así lo quería la
empresa. No ve que antes uno salía del servicio con conocimientos…
¡Las cosas del destino, mija! Se le
murió el papá y la ambición por los reales – ¡que nunca falta en la gente!− lo hizo pedir permiso en el trabajo para venirse a buscar la partida de defunción y
cobrar los cobres que daban entonces en
la empresa por la muerte de un familiar. De esos centavos no llegó a ver medio,
mija, aunque hizo todas las diligencias, introdujo los papeles, y aquí se
mantenía pendiente de ir allá a terminar de cobrar esos reales. Una miseria, a
lo mejor. No me acuerdo.
Y no sé en qué momento abandonó Noel ese
trabajo y regresó al pueblo. A buscar su muerte, porque como te cuento, yo lo
había encaminado hacia Guri. Pero yo me digo siempre esto, mijita: El destino
lo tiene a uno siempre empiernado, y nadie se escapa. Aún lo pienso y siento
tibiera recordando cómo me vine yo desde allá exclusivamente para buscarlo y
lograrle a él ese trabajo.
No sé decirte de dónde se le ocurrió a
ese carajo la idea de ir a montar esa antena para agarrar señal de televisión.
Sería el ocio, mija. El silencio de estos pueblos que a veces lo aturde, y lo
enfila a uno a buscar vainas que le traen la desgracia.
Y el hambre, mija. La pobreza. A todos
los viejos de este pueblo los dejamos solos. Todos nos fuimos hace años por esa
carretera buscando progreso. Algunos les mandaban cobres a sus viejos. Otros
sencillamente nos fuimos a hacer nuestras vidas en Caracas y dejamos a los
viejos. ¡Y qué vidas, carajo…! Por eso me regresé yo. Tú sabes. Por eso volví a
la casa, a estarme aquí…
A veces yo aquí, sentado, solo, mija, me
pongo a pensar en Noel. Ese era como hermano de uno… familia, ¿tú ves? Porque ellos
están emparentados con uno, y además nos criamos juntos. ¡Cómo le pegó a este
pueblo la desgracia de Noel! El pueblo era un solo llanto. Un muchacho joven,
muchacha…
Y con Noel, esa condenada antena se
llevó a otra gente del pueblo. Como a cinco más. Una maldición, como la
carretera. Esta carretera, ¿tú sabes? Era
camino principal. La antigua ruta que recorrían los indígenas y por donde luego
entraron los españoles para esclavizar y acabar con ellos que vivían en estas
tierras. La mamá de abuela Francisca Natera era india. India, india, con
guayuco. De esas que vivían en tribus. Esa era nuestra gente.
Después que echaron esa carretera, los
carros empezaron a pasar soplados, como bólidos... Ahí no valía ni policías
acostados ni nada. Uno a uno se fue muriendo la gente de este pueblo, muchos de
ellos atropellados en la carretera. Hasta la pobre María la loca, la mató un
carro.
Y a mí se me pone, mija, que esa gente
de antes no quería nada de eso. Ni carretera, ni antena, ni cable de teléfono.
Nada. Todo eso les trajo las desgracias. Por esa carretera les llegó la
tragedia vestida de progreso. Por eso creo yo que nuestros muertos, nuestros
ancestros, pues, como quién dice, no querían comunicación de esa para este
pueblo. Y se llevaban así a quienes de nosotros se les calentaba la cabeza con
esos inventos.
Mire, mija, yo a veces me estoy aquí en
este patio, solo, sin nadie que le haga a uno ni una llamada, teniendo uno ya una
casita con techo y piso de cemento, carretera, teléfono y televisor. Sentado
aquí mirando para el fondo. Y veo este piedrero que hay en el patio, y me voy
despacito a quitar cada piedra. Voy también, despacito, y le rallo repollo a
ese poco de bachacos que hay en esta casa y que se comen cuanta mata uno
siembra. Le rallo repollo a ver si por fin acabo con esa plaga que hace que no
levante cabeza ninguna matica en el solar. Con calma, mija. Cambiando las cosas,
con calma.
Y después me llego allá, hasta el cementerio,
y veo aquel poco de difuntos abandonados. Ni una flor, carajo… Ni de sus hijos
ni de nadie. A Noel lo lloró su madre, claro. Pero al cabo de un tiempo, los
muertos quedan abandonados. La gente de este pueblo es así.
Maravilloso Emilia. Parece que uno lo estuviera escuchando y a la vez evocando muchos rostros familiares de los seres queridos que ya no están pero que viven en nosotros, en nuestros pasos, nuestros gestos y palabras...Muy lindo ese don tuyo para escribir cosas que llegan hondo.Clara
ResponderEliminarTengo dos historias más que él me contó en aquellas tardes calurosas de Quebrada Seca. Allí mismo, en ese mismo lugar donde le tomé la foto. Otra vez sentado en el porche del patio mirando hacia el fondo del solar. Tuve que esperar que murieran las emociones para escribir. Y ahora iré a mediados de julio a despedirme de él y de aquella casa.
EliminarSí, es su voz. Es escucharlo de nuevo y con su voz tocarnos la raíz.
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