Hilario mira a su mujer correr despavorida por la casa
levantando objetos y volviéndolos a colocar nerviosamente, como si no supiera
qué comenzar a acarrear primero.
−
¿Qué
pasa, mujer? ¿Qué pasa?
−
La
represa, Hilario, la represa de Turimiquire se rompió y el agua viene hacia
acá. Ya hay desgracias terribles en otros caseríos… Están bajo las aguas. Tenemos
que coger pal cerro. Ayúdame a ver qué salvamos, hombre de Dios…
Eran días de lluvias incesantes. Llovía aún sobre las
cabeceras del Manzanares y hasta la población de Dos Ríos había llegado la
noticia de algunos desbordamientos de ríos en Cumanacoa y Arenas. Hilario se
acercó a la mujer y le sujetó los brazos.
−
No
seas loca. No nos movamos de aquí, mujer. Si la represa de Turimiquire se
rompió, esas aguas no pueden llegar acá. Esta tierra donde estamos está pal
norte, es serranía, y está lejísimo de la represa que está en el sur.
−
¿No
entiendes? Los vecinos están cargando sus coroticos. Llegan gente en carro
gritando para que cojamos el cerro. El agua ya viene, hombre… Sal para que veas
cómo corre todos para la montaña.
Hilario está impasible. Se asoma a la puerta y efectivamente
observa cómo todos corren despavoridos. Se oyen frenazos de cauchos sobre el
pavimento. Algunos corren hacia los
carros con algo en hombros o en las cabezas; otros huyen despavoridos hacia el
monte cargando los objetos más insólitos: neveras, televisores, equipos de
sonido…
-
¡Ay,
virgen santísima! –claman unos, mientras otros se postran en la huida pidiendo
la intervención divina.
−
Vete,
pues, mujer, detrás de esa cuerda de locos ignorantes que no saben ni dónde
carajo están parados. Es imposible que las aguas del Turimiquire se desparramen
para este lado, mujer− Y dirigiéndose a los vecinos, les
grita: −Ehhh, no sean estúpidos, el agua no sube cuestas…
Pero nadie le oye. Ni siquiera la Rosa que le parió once
hijos y le conoce de sobra. La profecía de los cumanagotos, antiguos habitantes
de aquellos territorios, está por cumplirse: “El pueblo que habita donde está
nuestro trono, será tomado como semilla. Semilla recibieron del cielo. Y semilla
devolverán a los dioses”. En un instante de súbito cataclismo, todos quedarán
arropados por las aguas del Turimiquire, serán semilla para la serranía. Así lo
quisieron los dioses. Se aclaraba el misterio. Era la deuda que debían saldar,
quienes habitaran esas tierras, con los mismísimos dioses.
Ya Rosa ha entrado y salido con varios objetos pesadísimos a
cuestas. Hilario la mira asombrado del vigor que ha desarrollado para acarrear
tantos peroles en tan breve instante, y lleno de una certeza inconmovible le
grita:
−Tú solita vas a tener que volver a meter en la casa ese
perolero… Pendeja.
Pero no queda espacio para discutir nada. Todos se embarcan
en una emigración sin precedentes que se extiende por todos los caseríos de la
carretera principal de Cumanacoa: Arenas, Quebrada Seca, Salsipuedes… “¡Corran,
el agua viene arrasando todo los caseríos vecinos. Ya llega aquí. Cojan el
cerro!”.
El Gran Turimiquire, el otrora asiento de los dioses, clama
por los hombres, mujeres y niños-semilla
que se diseminaron por las márgenes del gran Manzanares, en aquellos valles
verdes y bendecidos por la fertilidad y la abundancia por luengos años. “¡Se
reventó la represa, mi Dios. Nos morimos
todos…!”.
El paso hacia los caseríos está cerrado para evitar que los
conductores sufran accidentes ocasionados por las crecidas. Pero la noticia que
circula de boca en boca, no es esa. La noticia que todos repiten es la rotura
del Turimiquire. Sólo circulan por la vía los carros que quedaron atrapados en el
interín de las noticias y las órdenes de cierre por parte de la municipalidad.
Algunos helicópteros sobrevuelan la zona para monitorear los niveles de los
ríos que abundan por esos valles. Pero el solo ruido de estos artefactos, causa
desmayos y mayores desesperos en la población…
−
¡Virgen
del Carmen! Un cataclismo. Fin de mundo.
−
Mi
virgencita del Coromoto… ¡Sálvanos de las aguas!
Pero en el fondo todos saben que este no es asunto de dioses
cristianos, que esto no es más que el cumplimiento de las profecías. Los
cumanagotos lo dijeron. Y eso de ahora, esta desgracia, era el misterio
despejado, sin piaches que pudieran venir a prestar socorro a estas nuevas generaciones
de hombres, mujeres y niños-semillas.
Alguien sale de una de las casas con un televisor a cuestas y
un título de bachiller. Y de pronto, comienza a llover y el desesperado se
regresa a envolver el cilindro preciado en una bolsa plástica. No pueden dejar
en las casas el producto de tantos esfuerzos. Vale la vida. Pero hay que salvar
los corotos y las cosas de valor, mientras se pueda. Aún no llega el
Turimiquire a cobrar las deudas.
−
Sálvate,
mijo querido – grita una anciana al tiempo que se desvanece mientras el
hijo corre −sin mirar atrás− a refugiarse en lo más alto del
valle, dejando a la madre tirada en el zaguancito de la casa familiar.
Otra corajuda mujer le entrega los niños a la hermana menor y
le dice: “Corran ustedes al cerro. Sálvense, mientras yo trato de sacar algunas
cositas de la casa. Suban, pues. Que la virgen me los acompañe”.
Ya hay una cantidad enorme de vecinos en las cúspides,
rodeados de todo tipo de artefactos. Nadie sabe cómo lograron subir aquellos
objetos allí, impelidos por una fuerza extraordinaria que nunca antes creyeron
poseer. Pero las aguas del Turimiquire no terminan de llegar.
Y ahora todos se miran unos a otros, con un cierto margen de
incredulidad. Ya algunos empiezan a reír y a mirarse con un cierto dejo de
burla, que poco a poco va transformándose en escarnio.
−
Caray,
compai… ¿y usted se trajo el televisor? ¿Y dónde carajo creía que lo iba a
enchufar aquí arriba?
Allá abajo, en el Puente Villarroel de Quebrada Seca, se
paran unos carros y salen unas personas que gritan: “¡Bajen, era una falsa
alarma! Bajen… ¡Falsa alarma! ¡Falsa alarma!”…
Si subir aquellos objetos fue una actividad que se realizó en
un dos por tres, la empresa de bajarlos se constituyó en una verdadera
calamidad. Las fuerzas los habían abandonado a todos. Y un objeto que fue acarreado
hasta la cima por una sola persona, ahora requería de tres y cuatro para poder
ser descendido del cerro.
Entre risas y chanzas, los descendientes de los cumanagotos
volvieron a sus casas. Había que volver a leer las profecías. Quizás el sentido
era otro. Más benéfico, claro. Sin cataclismos ni deudas ancestrales.
Rosa entró en la casa arrastrando la nevera, y vio a Hilario,
silencioso y sereno sentado en el sillón.
−
¿Qué
fue, mija, ya les volvió el sentido común?
−
Ujuuú,
mijo, tenía razón; pero una nunca sabe cómo pueden ocurrir las cosas y por eso
se asusta.
−
Guá,
¿y por qué no me escuchó cuando le dije lo que le dije?
−
Le
digo que una nunca sabe. Esa serranía llena de agua siempre es una amenaza
desde que la mentaban los indios. Y como ha llovido tanto…
−
La
peor amenaza de los hombres es la ignorancia, mujer. Por eso acabaron los
españoles con esos vergajos. Eran muy inocentes. Y el inocente nunca se salva.
Ese día no hubo arcoíris, tal y como lo decían los augurios ancestrales de nuestros antepasados.
Ni tampoco hubo nuevos pactos entre los hombres y sus dioses. El amo seguía
siendo el miedo, y nadie podía aún tocar la última puerta en donde se
reunirían todos los mundos en un solo mundo que reclamara, al fin, la semilla
que los dioses dejaron en la tierra. En esas tierras, por lo menos.
Me ha encantado 99th lectura
ResponderEliminarEsa historia fue real?
ResponderEliminarSí, así ocurrió...
Eliminar